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¿Dónde, cuándo y cómo hoy?

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Compartimos un adelanto de “¿Cómo ponerle un límite absoluto al capitalismo? Filosofía política en Deleuze y Guattari” (Tinta Limón Ediciones). En palabras de Diego Sztulwark en el prólogo, el filósofo japonés no introduce ni explica al dúo francés: “Realiza una lectura, una delimitación, una interrogación y una producción”. En este libro que saldrá en diez días, Fujita crea a partir de “El anti-Edipo” (1972), “Mil Mesetas” (1980) y “¿Qué es la filosofía?” (1991). El fragmento que compartimos acá es parte de las conclusiones, donde piensa acciones posibles ante los cambios geopolíticos que la pandemia aceleró.

Historia

La denominada crisis del COVID-19 es un verdadero momento de destrucción creativa. Una destrucción creativa consiste en una doble transición simultánea, de potencia hegemónica y de materia paradigmática. En la historia moderna, la hegemonía pasó de Portugal a España, de España a Holanda, de Holanda a Inglaterra y de Inglaterra a los Estados Unidos, al mismo tiempo que la materia central y estratégica de la organización económica pasó del oro a la plata, de la plata al viento, del viento al carbón, del carbón al petróleo. El capitalismo, en cuanto apropiación directa de la producción por el capital, apareció en la segunda mitad del siglo XVIII, con la transición de Holanda a Inglaterra y del viento al carbón, y efectuó por sí mismo un nuevo cambio a finales del siglo XIX, cuando la acumulación del capital llegó al límite bajo la hegemonía inglesa, con el carbón como materia principal. A posteriori, el capitalismo quedó en manos del régimen estadounidense y petrolero durante más de cien años.

En realidad, ya desde la segunda mitad de los años sesenta, el régimen estadounidense y petrolero estaba en una crisis estructural, pero el capital conseguía acumularse y valorizarse al abrir brechas, primero con la financierización de la economía, a partir de finales de los años setenta, y luego con la integración al mercado mundial de las fuerzas de trabajo chinas y de países exsocialistas, a partir de principios de los años noventa. Solo que estas prótesis no estuvieron exentas de una importante pérdida de eficacia: de un lado, los mercados financieros se encontraron saturados en la segunda mitad de los años 2000, tras haber multiplicado al máximo sus productos derivados, por lo que el capital exigió que los bancos centrales tomaran las medidas de expansión cuantitativa (quantitative easing), incrementándose la base monetaria del conjunto de los países de la OCDE de 3 billones de dólares a 14 billones entre 2007 y 2019; del otro, las nuevas fuerzas de trabajo, integradas a la economía global, alcanzaron su máximo desarrollo posible en la segunda mitad de los años 2010, al mismo tiempo que los mercados mundiales de bienes llegaron a su saturación. Por agotamiento de la capacidad de innovación, las principales técnicas de organización de mercados de bienes pasaron a las de obsolescencia programada, incluso en el mercado de los Smartphone, mercado creado en 2007. De ahí la situación de estos últimos años, en la cual prácticamente solo las políticas monetarias de expansión cuantitativa permitirían que el capital se siguiera valorizando.

La crisis del COVID-19 es el estallido definitivo de un régimen de acumulación que estaba en crisis permanente desde hace cincuenta años. El capital aprovechó una pandemia para destruir un régimen obsolescente y crear uno nuevo con el fin de revitalizar su proceso de acumulación. La destrucción creativa a la cual estamos asistiendo es la segunda desde la aparición del capitalismo, y consiste en la transición de los Estados Unidos a la República Popular China a nivel hegemónico, y del petróleo a los metales raros (el litio, el niobio, el coltán, etcétera) a nivel material. Con la crisis del COVID-19 se está instaurando un nuevo régimen de acumulación del capital, bajo la hegemonía china y con los metales raros como materia paradigmática.

Lógica

A propósito del programa denominado Next Generation EU –plan de recuperación comunitario del orden de 750 billones de euros–, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, anuncia en noviembre de 2020: “Nuestro plan de recuperación nos ayudará a convertir el desafío de la pandemia en una oportunidad para una recuperación liderada por la transición verde y digital”. Las clases dirigentes del mundo están de acuerdo por unanimidad en poner en marcha la “transición verde y digital” de la economía mundial. No solo los planes de recuperación o de estímulo anunciados y/o ya implementados por diferentes gobiernos bajo la crisis del COVID-19 pretenden favorecer un nuevo desarrollo económico basado en la descarbonización y la digitalización –más allá de un mero rescate de los sectores dañados a raíz de las medidas sanitarias tomadas (confinamiento, distancia social, etcétera)–, sino que estas medidas mismas ya favorecen de modo espectacular e irreversible la transición digital en todos los niveles de la vida económica, en todas las regiones del planeta. Las multinacionales digitales registran récords de ganancias en 2020, en contraste con una inmensa pérdida de ganancia en los ramos clásicos tales como la industria automotriz, el transporte aéreo, el turismo, el comercio tradicional (o sea, no electrónico), etcétera. ¿Cuál es el punto común que une la transición digital a la verde? Ambas exigen una producción eléctrica masiva y una extracción intensa de los metales raros y, en particular, de las tierras raras. Si los países del Sur ya han estado llevando a cabo megaproyectos extractivos desde la primera mitad de los años 2000, la transición verde y digital necesariamente intensificará ese proceso neoextractivista y ratificará definitivamente el “consenso de los commodities” (Maristella Svampa), que ya ha reemplazado al “consenso de Washington”, consenso neoliberal que dominó la década de los noventa con la imposición de sus programas de ajuste estructural a los países del Sur. La transición verde y digital es depreciación de los viejos capitales ligados al régimen petrolero y creación de nuevos capitales potentes al mismo tiempo.

La crisis del COVID-19 no frena en absoluto la ampliación de los mercados financieros por medio de la expansión cuantitativa, sino todo lo contrario: la está acelerando de manera exponencial. Los planes de recuperación son financiados principalmente por la emisión de bonos públicos, y una gran parte de estos son monetizados, es decir, comprados por los bancos centrales, por lo que la base monetaria total de los países de la OCDE ya se incrementó de 14 billones de dólares a 24 billones solo durante 2020. Y las masas monetarias creadas de ese modo confluyen en su gran mayoría en los mercados de activos, y ya están generando burbujas financieras e inmobiliarias de dimensiones inauditas. La crisis del COVID-19 no deprecia solo los viejos capitales, sino que también los “zombifica” por medio de los planes de rescate y de las políticas de tasas de interés bajas o cero, como si la máquina capitalista mundial buscara un soft landing (aterrizaje suave) sobre el nuevo régimen chino y de metales raros. Las “empresas zombis” ya han estado proliferando en el contexto de la crisis financiera iniciada en 2008 (el caso más conocido y representativo es el de la General Motors, estatizada de facto por medio del bailout en 2009). La zombificación de las empresas no rentables en términos de producción se opera en respuesta a la exigencia de las clases rentistas, que reciben los dividendos y otros beneficios financieros; y la conservación de empleos en forma de bullshit jobs que resulta de ella no vale más que en su calidad de criterio de especulación. De hecho, muchas empresas rescatadas por los Estados con la inyección de subsidios COVID-19 remuneran a los accionistas por vía de dividendos y/o de recompras de acciones propias, al mismo tiempo que anuncian masivas supresiones de empleo, como lo venimos observando con las norteamericanas Halliburton, McDonald’s, General Motors, la francesa Danone, etcétera.

La crisis del COVID-19 no deprecia solo los viejos capitales, sino que también los “zombifica” por medio de los planes de rescate y de las políticas de tasas de interés bajas o cero, como si la máquina capitalista mundial buscara un soft landing (aterrizaje suave) sobre el nuevo régimen chino y de metales raros.

¿Por qué China? No cabe la menor duda de que hoy los chinos son los únicos capaces de abarcar la economía global desde un verdadero punto de vista de largo plazo. China no es del Norte ni del Sur, sino el único país bisagra entre ambos, lo que la dota de una potencia singular en el contexto geopolítico actual. De hecho, ¿qué otro gobierno, fuera del chino, tiene capacidad de concebir, proponer y llevar a cabo una reconfiguración cartográfica mundial tan radical y prospectiva como la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”? El Partido Comunista Chino es el partido del capital. La China de Xi Jinping puso en marcha la transición verde y digital de la economía mundial tras haber establecido firmemente su control sobre el mercado de los metales raros. Los populistas antichinos tienen toda la razón en llamar “virus de Wuhan” o “virus chino” al nuevo coronavirus, dado que se trata del virus de destrucción creativa con que se opera la transición hegemónica de Estados Unidos a China. No es sorprendente, entonces, que el gobierno estadounidense y sus gobiernos aliados rechazaran, primero, la toma de medidas sanitarias contra el COVID-19. Que estos gobiernos resistentes terminaran por reconocer la pandemia significa que todos los gobiernos del mundo, tanto del Norte como del Sur, tanto de derecha como de izquierda, se mostraron decididos a comprometerse en el proceso de transición o de reconversión bajo la dirección de la vanguardia china. El “consenso del COVID-19” se formó así, de modo ecuménico y unánime, porque lo exigió no solo la economía china, sino la economía capitalista mundial en su conjunto.

Todos los gobiernos del mundo, tanto del Norte como del Sur, tanto de derecha como de izquierda, se mostraron decididos a comprometerse en el proceso de transición o de reconversión bajo la dirección de la vanguardia china.

Programa

Una destrucción creativa marcha a doble velocidad heterogénea: el capital se desplaza más rápido que el trabajo. La creación de nuevos capitales no absorbe de inmediato las fuerzas de trabajo desprendidas de los viejos capitales en destrucción. Aquí yace una primera potencialidad revolucionaria enorme. Como lo mostraron los movimientos piqueteros argentinos en los años 2000, la desocupación puede cobrar exterioridad dinámica e irreductible con respecto al plano del capital y volverse una máquina de guerra. Si los Estados capitalistas, desde el inicio de la crisis del COVID-19, intentan axiomatizar los flujos de trabajo desocupado por medio de subsidios sociales, esos flujos pueden contrautilizar estos al invertirlos en los procesos de fortificación de la exterioridad (rechazo al trabajo asalariado) y de su autonomía (autovalorización). Los Estados multiplican los planes subsidiarios para los hogares y las empresas, no solo para desarmar de antemano la naciente máquina de guerra, sino también para sostener el poder adquisitivo con el fin de suavizar lo más posible la recesión de corto y mediano plazo debida a la destrucción de los viejos capitales. La contrautilización de los subsidios sería, en este sentido, conversión revolucionaria de los flujos de poder adquisitivo en flujos de potencia creativa. También es necesario tener en cuenta el carácter discriminatorio de los subsidios en su modo de distribución actual. El Estado japonés, por ejemplo, no les reconoce a los sin papeles el derecho a los subsidios familiares COVID-19, y les paga solo a los jefes de hogar, es decir, a los varones en los casos de familias heterosexuales. Los flujos de trabajo desocupado pueden entrar en un devenir-sin-papel y en un devenir-mujer a través de las luchas por una distribución universal e igualitaria de subsidios familiares y otros planes sociales.

La desocupación puede cobrar exterioridad dinámica e irreductible con respecto al plano del capital y volverse una máquina de guerra.

La máquina de guerra metropolitana constituye una verdadera amenaza para el capitalismo cuando funciona en conexión con las luchas de pueblos minoritarios para defender sus territorios contra los proyectos neoextractivistas –esenciales para la actual transición de régimen de acumulación del capital–. La explotación minera de metales raros y otros recursos naturales, así como la construcción de megacentrales hidráulicas, responden perfectamente al interés de clase de lxs trabajadorxs metropolitanxs desocupadxs o precarizadxs, ya que precisamente de estas dependerá su reincorporación al mercado de trabajo. Sin embargo, la máquina de guerra, o la desocupación o precariedad como exterioridad autónoma dinámica, puede invertir la subordinación del deseo al interés de clase y permitir que lxs desocupadxs y precarizadxs metropolitanxs se alíen con las luchas antiextractivistas que se han estado expandiendo en todo el Sur desde finales de los años 2000. Aquí se encuentra la posibilidad de un nuevo internacionalismo revolucionario.

Las mujeres indígenas y afrodescendientes latinoamericanas, en sus luchas contra el colonialismo interno neoextractivista dicen: “No se puede descolonizar sin despatriarcalizar”. Esta consigna rima con el convencimiento expresado por el Frente de Liberación Homosexual argentino en su manifiesto titulado “Sexo y revolución” y publicado en 1973: “Ninguna revolución es completa y, por lo tanto, exitosa, si no subvierte la estructura ideológica íntimamente internalizada por los miembros de la sociedad de dominación”. La descolonización se opera en la economía política, mientras que la despatriarcalización se hace en la economía libidinal. Y si la primera no se puede cumplir sin la segunda, es porque la entera economía política colonialista se organiza en base a la economía libidinal patriarcal, que establece y mantiene distribuciones binarias jerárquicas entre los flujos en todas partes y en todos los niveles, partiendo de la de masculinidad-feminidad y sirviéndose de esta como modelo: hombre-animal (civilización-naturaleza), mayoría-minoría (centro-periferia), capital-salario (burguesía-proletariado), etcétera. La economía política colonialista se entrelaza con aquella libidinal patriarcal de modo tan inextricable y profundo que se habla de “colonización del útero” (Silvia Federici) o de “feminización de la Tierra” (las ecofeministas). Por “despatriarcalización”, las mujeres indígenas y afrodescendientes no entienden “equidad de género” ni “igualdad de género”, a diferencia del feminismo liberal preconizado y promocionado por la tecnocracia de género, sino devenir-mujer en cuanto proceso en que se desmantela la propia lógica de género. Al igual que las maricas combatientes bonaerenses de los años setenta, ellas saben que “todos los devenires comienzan y pasan por el devenir-mujer” (MM279): a partir y a través de la despatriarcalización se liberan todos los flujos moleculares, humanos y no humanos, vivos y no vivos, de las binarizaciones molares para afirmarse en sus multiplicidades singulares inmediatas. La despatriacalización impone el límite absoluto a la economía política colonialista, es decir, al capitalismo, mientras que las luchas descoloniales sin despatriarcalización, incluso al salir victoriosas, siempre dejan que emerjan nuevas binaridades asimétricas en alguna parte, con las cuales el capital sigue consiguiendo acumularse. La acumulación del capital se hace en cualquier lugar donde se generen diferencias de potencia entre flujos.

En el momento actual de destrucción creativa del capital, se están formando dos grandes máquinas de guerra en paralelo: la de lxs trabajadorxs metropolitanxs abandonadxs por los viejos capitales en destrucción o depreciación y la de los pueblos minoritarios que luchan en los mismos puntos de crecimiento de los nuevos capitales.

¿Cómo se conectan una con otra? Esta es la pregunta más urgente que todxs debemos hacernos. Lo cierto es que no debemos dejar que el capital se apropie de la máquina de guerra metropolitana para masacrar a los pueblos minoritarios en defensa de sus territorios y de sus comunidades; tampoco debemos dejar que el capital, bloqueado en su desarrollo industrial por el enfrentamiento con la máquina de guerra minoritaria, desemboque en una continuación ampliada de la financierización de la economía por medio de una expansión cuantitativa ilimitada, lo cual no solo multiplicaría empresas zombis, bullshit jobs y productos de obsolescencia programada, sino que precarizaría aún más la vida de las masas empobrecidas del mundo, al convertir todas las cosas –incluso las necesidades primarias– en objetos de especulación. Si el capitalismo perece, lo hace por ahogo. Él solo se ahoga cuando las dos máquinas de guerra se articulan en alianza transversal y obstruyen de antemano todas las salidas posibles para el capital. Si la crisis del COVID-19 es un gran corte relativo que la máquina capitalista mundial está operando sobre sí misma, el internacionalismo de máquinas de guerra operaría un corte absoluto sobre ese corte reflexivo capitalista.

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