#ChileDespertó: la revuelta antineoliberal

Fernando Pairican: “El 18 hubo una conquista de la barbarie sobre la ciudad ilustrada”

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Historiador e investigador mapuche // Una larga lucha actualizada en la revuelta // La Wenüfoye y la guerra a los símbolos coloniales// Una constituyente, varias estrategias // “Abrir la puerta al ingreso de los mapuche con pensamiento autonomista al interior del sistema político criollo, es habilitar un viento que puede convertirse en unos años más en un temporal que lleve a debatir la descolonización, no solo como concepto teórico, sino también en relación al poder político”.

Fotografías: Paulo Slachevsky
Fotografías: Paulo Slachevsky

Fernando Pairican Padilla* es historiador mapuche. Nació en Santiago en 1984. Su abuelo llegó a la ciudad capital proveniente del sector Latas en las cercanías de Osorno, al sur de Chile. Su padre es profesor jubilado y su madre es docente. En idioma mapuche, estrictamente, sería un xampurria [mestizo]. Este concepto durante mucho tiempo fue repudiado dentro de la propia comunidad pero luego se resignificó en la idea de un mestizaje que reconoce las múltiples y variadas historias que constituyen el ser mapuche.

Desde muy joven se interesó por la historia de sus antepasados y en los 2000 formó parte de la Agrupación Mapuche Kilapan, una red de apoyo al movimiento por la autodeterminación que se desarrollaba en Wallmapu, en ese tiempo encabezado por la Coordinadora de Comunidades en Conflicto. De esa experiencia surgió su primer libro Malón. La rebelión del movimiento mapuche 1990-2013 (Pehuén Editores, 2014). La rebelión del movimiento mapuche y sus vínculos con el movimiento autonomista lo llevaron a escribir su segundo libro: La biografía de Matías Catrileo (Pehuén Editores, 2017). Actualmente, está por publicar su tercer trabajo Toqui: Guerra y Tradición en el siglo XIX (Pehuén Editores), en el que profundiza sobre la coerción del Estado y las dificultades del proceso político de ese período.

Pairican explica que la lucha del pueblo mapuche es, para las nuevas generaciones, la referencia política más cercana de los últimos años (junto con la de los estudiantes). El estallido reactualizó esa lucha y al mismo tiempo dotó de un nuevo sentido el “ser mapuche”. Hoy muchos de quienes están en la “primera línea” de combate contra la policía son jóvenes mapuche de los suburbios de la ciudad [mapurbes] que toman la idea del guerrero, una figura compleja que obliga a hacerse algunas preguntas, por ejemplo: cómo esa figura estereotipada del hombre fuerte y musculoso se encuentra con un movimiento antipatriarcal como el feminista. Otro rasgo de la fuerte presencia de lo mapuche en la revuelta es el uso de la bandera Wenüfoye.

Gentileza de Fernando Pairican.

El proceso de debate en torno al cambio constitucional, reabierto en el contexto de la revuelta y fortalecido con el reciente triunfo del “Apruebo”, pone en tensión visiones históricas y divergentes dentro del mundo mapuche. La de organizaciones e intelectuales que demandan un Estado Plurinacional e Intercultural y el reconocimiento de los derechos colectivos, la de aquellos sectores que proponen la autoderminación de facto o desde abajo –especialmente la Coordinadora Arauco Malleco y el movimiento rupturista. En tercer lugar, los alcaldes mapuche –de 6 municipios– que plantean luchar desde dentro de la institucionalidad, y un cuarto sector, representado por militantes mapuche que están dentro de los partidos políticos chilenos, de izquierda y de derecha, y canalizan sus demandas por esta vía pero niegan el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios. Para Pairican “si bien no todos comparten el actual proceso constituyente, la coyuntura abre la posibilidad de avanzar. O como dice Adolfo Millabur, que es el alcalde mapuche de Tirúa: ‘Correr el cerco de lo posible’. Desde ahí planteamos la formación de un Estado Plurinacional como un horizonte intercultural que se abre. Este proceso puede permitirnos resquebrajar las trabas que nos han puesto para decidir sobre nuestros propios intereses”.

La nueva coyuntura y el cerco de lo posible

Lo que nosotros hemos analizado, como mapuche, es que estamos ante una “coyuntura histórica”, con todo el peso que tiene este concepto en la historiografía. Esta coyuntura tiene distintos ritmos. Enlaza con años de lucha, pero a la vez tiene una salida más o menos inmediata, que tiene que ver con el proceso que abre el referéndum y con la posibilidad de tener una nueva Constitución. Lo que es muy interesante, porque los cambios constitucionales en la historia de Chile fueron siempre muy lentos y propiciados bajo regímenes de excepción a través del Ejército. En cierta medida ha sido el Ejército de Chile el fundador y refundador de las constituciones a lo largo de la historia, más que la sociedad civil. Por eso es un hecho histórico este proceso abierto por un movimiento civil que ha forzado a impulsar una nueva Constitución, como un horizonte político, a pesar de las distintas trabas que ponen los opositores a los derechos colectivos, en especial los conservadores.

Un grupo de académicos y académicas, dirigentes locales, artistas, activistas políticos, decidimos en este contexto escribir un libro que se titula Wallmapu Plurinacionalidad y Nueva Constitución[i] para dotar de contenidos este momento político e iniciar el resquebrajamiento del viejo orden. Por eso siento que es muy importante este proceso para el pueblo mapuche y para los pueblos indígenas en general. Resquebrajar las trabas que nos han puesto para decidir sobre nuestros propios intereses.

En la práctica, lo único que tenemos es una ley Indígena promulgada en 1993, que crea la CONADI (la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena), una anhelada construcción política por parte del movimiento indígena anti dictadura. A juicio de esa generación de dirigentes, la nueva normativa protegería y empoderaría a las naciones originarias. En ese ámbito tuvieron razón, hubo un cambio social y cultural, sin embargo, en la arena de los derechos políticos no fue factible, y comenzó a ser percibido por el movimiento autonomista como un mero instrumento de asimilación de los pueblos indígenas al Estado chileno. Esto se reforzaba con la continuidad de la violencia racial como dan cuenta la memoria de algunos de sus integrantes. Ser mapuche en los 90’ seguía implicando estar sometido a un nivel de violencia social y simbólica bajo la categoría racial de indio. Recuerdo, cuando era niño, cómo docentes me discriminaron en la escuela por ser mapuche. Eso comenzó a modificarse, aunque siguen presentes algunos actos de discriminación en las escuelas rurales, como lo cuentan algunos y algunas jóvenes que uno va conociendo en este camino.

Todo esto fue conformando un movimiento mapuche crítico y desconfiado de los canales institucionales y del Estado. Ha sido difícil reconciliar a los miembros del movimiento con la institucionalidad. Y aquello se acrecienta con algo que, en efecto, plantean algunos de sus integrantes: las luchas que ha desarrollado el movimiento por fuera de la institucionalidad son las que han permitido que se hable de derechos interculturales, plurinacionales y sobre todo de la autodeterminación, que es el objetivo político. Esa lucha por fuera de la institucionalidad ha forzado a los mapuche que están en los partidos tradicionales chilenos a tomar una posición política ante la insurgencia del movimiento. Puedes tener hoy a una gama de miembros del pueblo mapuche compartiendo el ideario que el movimiento mapuche planteó. Creo factible hablar de la existencia de un movimiento nacionalista.

Si bien no todos comparten el actual proceso constituyente, la coyuntura abre la posibilidad de avanzar. O como dice Adolfo Millabur, que es el alcalde mapuche de Tirúa: “Correr el cerco de lo posible”. Desde ahí planteamos la formación de un Estado Plurinacional como un horizonte intercultural para avanzar y no cerrar la discusión sobre sí misma. La plurinacionalidad es articular las diferencias y canalizarlas en un punto de convergencia para continuar por la lucha de los derechos fundamentales: la autodeterminación. Los que piensan que el derecho de autodeterminación se domestica por la plurinacionalidad no creen en la capacidad política de nuestro pueblo.

Al concluir Toqui: Guerra y Tradición me dí cuenta que el Mañilwenü unía en su quehacer el pragmatismo político, el diálogo y la resistencia armada. Ésta última, una vez que se agotaba la palabra o sobre todo, como sucedió en el siglo XIX, cuando esa palabra empeñada no era respetada. De ahí que wingka como concepto también se resignifica por los y las mapuche como persona que no cumple su palabra.

Una Nación, distintas estrategias

Las naciones originarias reconocidas por el Estado chileno son siete. La más importante en términos poblacionales es la nación mapuche, que está compuesta por 1.800.000 personas –sobre 17 millones que es el total de la población chilena. Una cantidad importante de esta población mapuche habita en Santiago. Entonces, hay una concentración de población mapuche en la capital que lleva a que escritores, como el poeta David Aniñir, hablen de “mapurbe”, la unión entre mapu y urbanidad. Esa realidad también debe ser considerada por todo movimiento que aspira a sostener la liberación nacional, la autonomía y la autodeterminación. Debemos tener una política creativa para dar espacio al mapuche de Wallmapu y el que habita en la diáspora de nuestro país mapuche.

La conquista de nuestros derechos puede avanzar desde afuera y desde adentro, en un Estado garante de los derechos indígenas. De esa dialéctica, los alcaldes mapuches tomaron la decisión de plantear el Estado Plurinacional y la Identidad Territorial Lafquenche. El concepto es una óptica en torno a la interculturalidad, porque creemos que el problema de la ausencia de educación, en relación a los derechos indígenas, lo porta la sociedad chilena en general. Pese a esto, existe un apoyo. Esto se debe a que la sociedad chilena asume que hay una deuda histórica. Pero creemos que es preciso desarrollar –en el marco del proceso constituyente– la discusión sobre la necesidad de un Estado Plurinacional e intercultural que permita desmantelar las nociones colonialistas a partir de las cuales la sociedad chilena piensa y trata al pueblo mapuche, y a través de estas propuestas del pueblo mapuche suscribir al resto de las naciones originarias y migrantes en el país, como es el caso de la migración del Perú y Ecuador. Un Estado Plurinacional permitiría unir las variables para un nuevo proceso político y la nueva Constitución cumple un rol trascendental en este proceso.

Sin embargo, este no es un debate zanjado en el mundo mapuche. Hay discrepancias, tensiones creativas, con un sector mapuche que no va a participar de este proceso: me refiero al sector vinculado a la Coordinadora Arauco Malleco y al movimiento rupturista. Ellos han sido los elaboradores de lo que se denominó la autonomía desde abajo, suscrito a las experiencias de control territorial. Aucán Huilcamán, líder y vocero del Consejo de Todas las Tierras, una organización mapuche que nació en 1990, ha dicho que la plurinacionalidad domestica los derechos fundamentales de las naciones originarias y que es un impedimento para conquistar los derechos colectivos. Proponen la autodeterminación de facto, lo que en Malón denomino la autonomía “desde abajo”.

Una tercera vía son los alcaldes mapuche, que en la práctica son 6 municipios gobernados de forma plurinacional. Sostienen la necesidad de insertarse en el proceso constituyente, luchar desde la institucionalidad. Una cuarta vía de entrada a este proceso estaría compuesta por militantes mapuche que están dentro de los partidos políticos chilenos: la Democracia Cristiana, el Partido Socialista de Chile, el Partido Comunista, incluso en Evópolis, un nuevo partido de derecha que desea ser la refundación de este bloque político. Ellos han sostenido que debe existir una nueva Constitución, pero se niegan a reconocer derechos de pueblos originarios, pese a que usan el ejemplo Maorí de Nueva Zelanda para sostener algunas nociones en relación a los pueblos originarios.

El ejemplo Maorí es interesante, pero ni los mapuche son los Maorí y Chile está muy lejos de ser Nueva Zelanda. Además, al interior de Chile, al existir distintos pueblos originarios con sus distintas historias y formas de entender la política es difícil aplicar un solo modelo de derechos colectivos. Tal vez, Rapa Nui pueda expresar los deseos de vincularse con un trato como lo han hecho los Maorí, y en el caso mapuche, los Lafkenche de Tirúa, para quienes el mar es un elemento clave y han propiciado, por ejemplo, una normativa como la Ley de protección del borde pesquero para los hermanos y hermanas que trabajan en la extracción de peces, mariscos y algas. Esa ley logró reunir a los mapuche desde Chiloé a Arauco. Fue un tremendo ejercicio de unificar a los distintos sectores, a realidades geográficas y articular con la clase política.

Volviendo al punto inicial, ante este momento constituyente, existe una aspiración de unificar a sectores mapuche con diversas posturas pero que comparten la idea de que tiene que haber un reconocimiento constitucional, la conformación de un Estado distinto que reconozca los derechos indígenas. No obstante, en el interior de nuestro pueblo, no hay un consenso político sobre las vías para llevar esto a cabo. Mi esperanza es que en un corto plazo podamos coincidir las naciones de originarios en un frente político unido como una fuerza política indígena[ii].

La conquista de la barbarie sobre la ciudad ilustrada

Los partidos de clase en Chile –el Partido Comunista, Partido Socialista, las vertientes políticas que provienen del MIR (Partido de izquierda revolucionaria que nace en la década del 60’ influido por la Revolución Cubana), incluso algunas expresiones de la izquierda más revolucionaria– no representan necesariamente lo que está sucediendo hoy en la calle. Hay una caída de los partidos de clase y, al mismo tiempo, hay una multiplicación de las consignas y banderas de los movimientos sociales: se encuentran banderas feministas, banderas de la diversidad sexual, de movimientos campesinos (como ANAMURI), de estudiantes y también, la bandera mapuche.

¿Por qué la población usó la Wenüfoye como principal símbolo? Para los más jóvenes, para las nuevas generaciones, para quienes no tienen como referencia lo que fue la Unidad Popular, el relato histórico más vivo de una lucha, que además ha sido reprimida con dureza, es la lucha del pueblo mapuche. En el 2000 la lucha era de los mapuche y los estudiantes secundarios, pero los costos políticos producto de esa lucha –los muertos, los presos políticos– los pusieron los mapuche.

Sin embargo, hay que matizar cierta visión chilena en relación a la población mapuche como guerrera, como “guerreros” a lo largo de la historia, como espartanos del país. Alguna vez un longko en Wallmapu en un trawün [reunión] dijo que no éramos un pueblo de guerreros, sino de resistencia. Nosotros no provocamos guerras –decía– sino que son los chilenos. Ahora, existen importantes hermanos y hermanas de nuestro pueblo que son parte de lo que se denominó en estas protestas como la “primera línea”, en plaza Dignidad como fue refundada la plaza Baquedano o Italia.

La recuperación de esta idea del mapuche como guerrero, si bien es un estereotipo, permitió a algunos peñi ka lamgen [hermanos y hermanas] recuperar esa subjetividad y dignidad como mapuche. Algunos videos que he podido ver, de los pocos que se han atrevido a hablar como parte de esa suma de personas que componen la “primera línea”, muchos eran mapuche de los suburbios de la ciudad. Con algunos te encontrabas en los microbuses que van hacia Puente Alto, Peñalolén o Cerro Navia. Para estos hermanos y hermanas, “mapurbes”, como diría nuestra poeta David Aniñir, el movimiento social que permitió el camino a una nueva Constitución fue un proceso de humanización y de igualdad ante un contexto de profunda desigualdad que se da bajo “el modelo chileno”. ¿Qué parte de la historia mapuche decidieron recuperar estos hermanos y hermanas? Al guerrero mapuche. Aunque lejos estoy de escencializar lo sucedido, aun queda tomar la distancia del tiempo que nos solicita la disciplina de la historia para remirar los acontecimientos, pero mi sentir es que también se recupera un estereotipo mapuche: (el guerrero) y cierta idea de lo masculino, del hombre súper musculoso, con su escudo, luchando. No quiero con esto ser crítico de la “primera línea”, ni de los chiquillos que la conformaron. Pero veo cierta tensión entre la recuperación de esta imagen “mapuche” de lo masculino y los cuestionamientos al machismo hechos por el movimiento feminista y el feminismo comunitario. Este estereotipo del guerrero también fue revisitado por algunos sectores de la izquierda chilena. Este debate se está dando al interior del pueblo mapuche, las hermanas con las que he hablado me plantean que es un debate en construcción[iii].

Dicho esto, también es cierto que muchos chicos que están en esta “primera línea”, y que se manifiestan en las barras de equipos de fútbol son mapuche. Y tienen una perspectiva mapuche, recuperada durante estos últimos diez años y vinculada a la concepción de los guerreros. Pasó con la “Garra blanca”, que es la barra del Colo Colo, o con “Los de abajo”, que es la barra de la Universidad de Chile. Obviamente son barras compuestas por sectores populares y el mundo mapuche vive en los sectores populares. Ahí se genera una suerte de doble identificación: las barras de fútbol y lo mapuche. Los hermanos y hermanas resignifican esta idea del guerrero como un concepto de resistencia que rescata a nuestros líderes pre-republicanos.

Entonces, más allá de advertir los riesgos de esta visión estereotipada de los mapuche, no deja de parecerme interesante la recuperación de la plaza Dignidad y al mismo tiempo de la bandera mapuche. Asimismo, de la reinterpretación histórica que se intenta fundamentar y de nuestra gente de la “mapurbidad” que toma una parte de la historia de nuestro pueblo para salir a conquistar una dignidad. Esto me lleva a discutir con esa idea de que todo lo sucedido el 18 de octubre fue tan solo una pulsión “irracional”.

El monumento central de la plaza Baquedano –en donde transcurrieron las protestas sociales que determinaron el triunfo para una nueva Constitución– es un homenaje a un personaje histórico que tiene relación con la ocupación de La Araucanía. Los militares del siglo XIX son terratenientes y ganaderos. Algunos se transforman en empresarios vinculados al carbón que se encuentra en las tierras de Arauco, territorio que se mantuvo independiente hasta 1868. La resistencia mapuche del siglo XIX va a determinar que Benjamín Vicuña Mackenna, un historiador, político y empresario, cercano a Faustino Sarmiento, declare en su libro publicado en 1868 que era necesario “conquistar Arauco” y hace un llamado explícito al exterminio de los mapuche. Con Sarmiento comparte la percepción común sobre la civilización y la barbarie.

Desde el 18 de octubre tal vez sucedió un fenómeno inverso. Los papeles se volcaron: hay una conquista de “la barbarie” (los marginados de la ciudad y del modelo) sobre la ciudad ilustrada. En las ciudades emplazadas al interior de lo que nuestros antepasados llamaron Fütalmapu y que el movimiento rebautizó como Wallmapu, se recuperaron simbologías mapuche. Se decapitaron estatuas que hacían alusión a los próceres de la conquista chilena y expresaban la dominación. Es la desmonumentalizacion de la historia oficial.

Wenüfoye, la bandera mapuche
“El color negro y blanco representan el equilibrio o la dualidad entre el día y la noche, la lluvia y el sol, lo tangible y lo intangible, etc. El azul representa la pureza del universo; el verde nuestra mapu, el Wallmapuche o territorio de asentamiento de nuestra nación. Y el rojo la fuerza, el poder, la sangre derramada por nuestros ancestros. Al medio el kultrung y todos sus significados ya conocidos y en el extremo inferior y superior la representación de los kon”.
Jorge Weke

Existe una disputa por la historia luego del 18 de octubre. Eso me parece fascinante, en lo simbólico e ideológico. La bandera mapuche que vemos, una y otra vez en la plaza Dignidad, en las movilizaciones, ha tenido un lugar especial, porque a su modo representa la resistencia de un pueblo y la demanda de mayor democracia. Pero también, como dice Jorge Weke, miembro del Consejo de Todas las Tierras, simboliza el hecho de creer en la unidad dentro de la diversidad, de valorar cada frente de lucha, cada aporte que se hace desde distintos lugares. Es un símbolo que representa la construcción “desde abajo” que aún se observa en las ventanas de las casas.

En un artículo que titulo “Sembrando ideología” sostengo que la transición a la democracia en Chile no fue solo la de los acuerdos de la clase política “desde arriba”, también existió otra transición que orientó su debates políticos para profundizar la democracia en este país. El movimiento mapuche, entre otros temas, impulsó una nueva Constitución como forma de reconocer a los pueblos originarios. Ante la ausencia de una decisión de la clase política, el movimiento se movilizó fuera de la institucionalidad y desarrolló un movimiento de carácter autonomista que en poco tiempo giró hacia uno denominado de Liberación Nacional. Por ello creo que “desde abajo” se dio otra transición que no ha descansado por profundizar la democracia en Chile. Aquello se manifiesta en el 18 de octubre, en una crítica a los partidos políticos.

Es interesante, a su vez, cómo un emblema, nacido en las discusiones bajo la dictadura llevaba consigo la esperanza de un símbolo que representaba al pueblo mapuche y su crítica al “quinto centenario”. Eso es lo que más admiro de mi pueblo: la lucha continua por conquistar derechos fundamentales como la autodeterminación, en todo momento histórico y contexto. Dotaron de contenidos y símbolos, en un proceso de descolonización ideológica, no tan solo a nuestro pueblo sino también a los chilenos. La Wenüfoye representó un paso en ese proceso. Acompañada de ella vendrían la reconstrucción política de la nación mapuche y el posicionamiento de las autoridades tradicionales como las conductoras del proceso de liberación nacional.

Tierra y autodeterminación

La lucha mapuche entiende que la recuperación de tierras es uno de los pilares fundamentales, pero no solo contra las forestales, sino también contra los colonos, como en la Araucanía. Allá los peñi lo resuelven en un concepto que a mí me gustan mucho: le dicen “los ricos” y punto. Para ellos “rico” es el que se quedó con las tierras. No hacen diferencias en relación con los propietarios de las tierras. Pero sí con los empresarios. Ellos entienden que su lucha es contra el capitalismo y, por lo tanto, contra los empresarios forestales, hidroeléctricos. El análisis político que hicieron en el 2000 dice que la lucha mapuche es anticapitalista, por estas empresas, pero también antioligárquica. Ellos entienden que estos ricos, no son como los de la oligarquía del XIX, que tuvo grandes extensiones de tierra, sino que lo entienden como ricos en un sentido de propietarios de las tierras. Pero para poder explicarlo debemos comprender cómo se conformó la propiedad de la tierra y la historia de la ocupación de La Araucanía. Y al mismo tiempo, comprender las resistencias mapuche.

Entre el río Biobio y el Malleco se generó un tipo de construcción de Estado que perpetúo el latifundio del valle central. Es lo que denomino en Toqui como “la política indígena de los gobiernos conservadores”. Pero luego de la revolución capitalista de 1848, lo que sucede entre el río Malleco al sur es la “política indígena de los gobiernos liberales”, que se caracteriza por la fórmula norteamericana de la reducción. Estos dos tipos de construcciones crearán distintos tipos de resistencia por parte de los mapuche. Resistencias que a su vez pondrán en contradicción a los gobiernos que propiciaron la reforma agraria entre 1958-1973. Pues la reforma se pensó en relación al latifundio y no a propiedades más pequeñas. Ante la reforma, algunas familias se adelantaron para dividirlas en tierras más pequeñas pero que respondían a un mismo núcleo familiar. Por eso, el gobierno de Salvador Allende tuvo que sobrepasar los límites de la reforma agraria para cumplir la palabra empeñada a los mapuche y resolver las movilizaciones que generaron una contraofensiva al gobierno popular.

Luego del golpe de Estado, la contrareforma agraria entregó o devolvió las tierras a sus antiguos propietarios. Otras fueron puesta a la venta en el mercado (adquiridas por empresarios forestales) y las familias con mayores recursos se vendieron las tierras entre ellos. Algunos mapuche perdieron sus tierras recuperadas bajo la reforma agraria. Estos antecedentes son una variable para comprender la crisis política en relación a los agricultores a partir del 2000 que eleva los niveles de violencia y para analizar cómo se construyó la propiedad.

¿Con quién hablamos?

La diversidad del movimiento mapuche permitió la creación de formas políticas, de formas de encuentro, de generar acuerdos y soluciones, basados en modos de organización no centralizadas. En el mundo mapuche, cada lof territorial es autónomo, con sus propios líderes. Y los encuentros mapuche, hasta el día de hoy, son las reuniones de muchos de esos líderes para llegar a un consenso, a una decisión común. Eso es lo que el Estado chileno, y en algunos casos los partidos de izquierda, plantean como problema: “¿Con quién hablamos?”.

El pueblo mapuche tiene una forma de organización política y tiene muy claro cómo funciona. El problema de la interculturalidad es que los no indígena no entienden la forma que tenemos de hacer política. Desean un solo líder o representante. Aquello es una aspiración errada. Además, cuando quieren negociar nos fuerzan a recurrir a los mecanismos que los no indígena desean. Y cuando lo hacemos, como ha sido con el debate por una nueva Constitución o la petición de escaños reservados, la clase política de los chilenos crea trabas con el propósito de dificultar el empoderamiento de nuestro pueblo.

Inclusive es algo que pasa con la misma izquierda chilena. Me ha tocado ir a conferencias, decirles a los compañeros: nosotros no somos un sindicato de trabajadores, somos un pueblo que se basa en la diversidad y en la diferencia y, por lo tanto, nuestra estructura de decisión política tiene formas que se canalizan a través de encuentros, parlamentos y otras maneras de hacer política. En ocasiones responden diciendo que los mapuche “votan por la derecha”. Lo cual es en parte cierto en algunos sectores, pero hacen uso y abuso de ese imaginario para evitar ceder espacios de su propio poder o bien porque desean tutelar nuestro movimiento. Tal vez nos hizo falta en Chile un Zavaleta Mercado o un Carlos Mariátegui. De todos modos, luego del 18 de octubre se han dado espacios de convergencia en los que la izquierda comprende la situación mapuche, la respeta y hace uso de los conceptos de nuestro movimiento, cada vez más con la idea de una vinculación orgánica en la diferencia.

Igualmente, ellos saben que abrir la puerta al ingreso de los mapuche con pensamiento autonomista al interior del sistema político criollo, es habilitar un viento que puede convertirse, en unos años más, en un temporal que lleve a debatir la descolonización, no solo como concepto teórico, sino también, en relación al poder político. Luego, podría poner en tensión la propiedad. El temor a ese debate y ejercicio político los lleva a desvirtuar la causa mapuche. Y nos “barbarizan” en base a la concepción de que somos un pueblo que no tiene una organización con la que debatir. En otras palabras, se fundamentan en la supuesta “desorganización” de nuestro movimiento y la diversidad que expresa la pluralidad de nuestro pueblo, para evitar que sigamos avanzando en la construcción de un poder político como pueblo.

Una nueva Constitución plurinacional e intercultural

La ciudadanía está viviendo un proceso muy creativo, de ebullición. Aparecen nuevas formas de hacer y comprender las políticas –no basta con decir la política– entorno a una nueva educación política, sentidos de democracia, derechos de pueblos originarios e inclusive, el poder regional. Estamos en un momento en el que se está reconstruyendo todo, es un momento histórico, hay que aprovecharlo y avanzar. La propuesta política en curso que planteó la ciudadanía, crear una nueva Constitución por la población civil y no por los militares –como la última, cuando refundaron este país con el fusil en la mano– es un hecho histórico.

El triunfo del “Apruebo” y la Convención Constitucional nos permite crear un nuevo marco histórico para los que habitamos al interior de esta comunidad imaginada denominada Chile. No obstante, la vieja clase política ha hecho todo lo posible por mantener su hegemonía y por eso es decisivo votar y manifestarse. Si bien hablamos de “mover el cerco de lo posible” es necesario moverlo y “cruzar el cerco” que la vieja clase política nos está imponiendo al aprovecharse de la pandemia y arrebatarnos el espacio público para el debate, la discusión y el ejercicio democrático de encontrarnos para hablar de política.

El estallido social manifiesta la existencia de movimientos dentro del movimiento. Hay de todo en esta heterogeneidad. Por eso el 18 de octubre es un proceso que está por escribirse y eso podrá hacerse con la distancia del tiempo. Un movimiento social que aspira a un nuevo tipo de democracia en que ha primado la autorganización política e informativa. Ese retejido social me parece un hecho importante para este país en que el neoliberalismo había profundizado la división social.

Un movimiento más pacífico que violento, a pesar de los hechos puntuales que los medios de comunicación maximizan como las quemas de alguna iglesia o de microbuses. Se ha comprobado, en algunos casos de violencia, la participación de carabineros infiltrados e inclusive miembros de la Marina. De hecho, hasta la fecha no hay un carabinero muerto ni un integrante de la clase política violentado. A la inversa, vemos personas sin vista e inclusive hace poco un joven fue lanzado por un carabinero desde el puente al río Mapocho. Existen algunos senadores, como Felipe Kast, que plantean que elementos externos se asociaron para derrocar la democracia en Chile. Ese mito que la derecha pone en todo momento de crisis es el lenguaje que fundamentó el anti comunismo que tanto daño le hizo a este país.
Les ha costado comprender que tal vez no existía una sociedad despolitizada, y que si bien no se siente representada por los partidos clásicos, se mostró una capacidad de organización, de autoconvocatoria y de hacer política ante la crisis. La población respondió a la crisis de legitimidad del orden político, de manera sorprendente, con trabajo social y cultural en las calles, en las plazas y en todo espacio.

Ante este momento histórico, nosotros invitamos a repensar una nueva nación a partir de una Constitución Plurinacional e Intercultural. Proponemos un reimaginario plurinacional dentro del cual el uso de escaños reservados sean proporcionales según la cantidad demográfica de cada pueblo originario y la construcción política deba ser en base a la realidad que cada nación originaria decida soberanamente. El uso de los escaños reservados como el comienzo del desmantelamiento de las estructuras coloniales que no nos permiten avanzar en la reconstrucción integral como pueblo.

En este escenario seguramente los mapuche deberían tener mayor representatividad por su demografía. Algunos integrantes del pueblo Diaguita se han manifestado críticamente a que los mapuche sean más, y si bien puedo compartir su crítica, creo que equivocan el adversario: su queja debe ir al estado colonial.

Sin ánimos de abrir un infructuoso debate entre naciones originarias, lo importante es que tanto el órgano constituyente, como después el parlamento, sean representativos de las distintas naciones originarias, y en el caso del pueblo mapuche, representadas las distintas identidades territoriales de nuestro pueblo con inclusión de quienes vivimos por razones históricas en la diáspora. En ese escenario es que el Estado Plurinacional se propone para debatir los derechos colectivos a partir de un concepto intercultural y seguir profundizando la autonomía y el ejercicio de la autodeterminación.


[i] El libro se puede descargar de manera gratuita: http://www.ciir.cl/ciir.cl/wallmapu-ensayos-sobre-plurinacionalidad-y-nueva-constitucion/

[ii] Esa experiencia fue una de las lecciones que nos entregó Humberto Cholango en un seminario que luego fue parte del libro Wallmapu: plurinacionalidad y Nueva Constitución.

[iii] En Pehuén Editores encabezo la Colección de Pensamiento mapuche y allí hemos intentado promover estos debates con algunas publicaciones. A la fecha hemos editado “Mujeres y Pueblos Originarios: luchas y resistencia hacia la descolonización”; “Shumpall” de la poeta Roxana Miranda y “Aukan Epupillan Mew” que su traducción sería dos espíritus en divergencia del hermano Antonio Catrileo que pone en debate la diversidad sexual al interior del pueblo mapuche. Uno de los temas menos tratados al interior de nuestro pueblo a raíz de la hegemonía que porta ese ideario del Weichafe.

*Pairican es académico de la Universidad de Santiago y actualmente cursa su Posdcotorado en el Centro de Estudios Interculturales Indígenas (CIIR) por la Pontificia Universidad Católica de Chile y dirige la Colección de Pensamiento mapuche de Pehuén Editores.

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