1- Si la invitación de esta primera Feria es volver al espacio público “con alegría y organización”, ¿por qué costó tanto el reencuentro en “modo feria”? (volvieron antes otras actividades, cine, teatro, música, y las ferias del libro estuvieron como un poco más lentas para el regreso).
Las ferias surgieron junto con las ciudades, en el medioevo, debido a la necesidad de un punto de encuentro para el intercambio. Funcionaban como un ensamblaje, por agregación de elementos, y con una fuerte impronta auto-organizativa. Esta procedencia histórica diferencia a las ferias de otras formaciones de la industria cultural moderna, como las cadenas de cine o las productoras de eventos. La economía de las ferias es barroca, heterogénea, y tiene una matriz popular, que a la vez que permite obtener ingresos para vivir habilita un espacio de encuentro para el ritual y la celebración. Estas características entran en tensión con las políticas privatistas y ordenancistas que predominan en la ciudad. Privatistas, porque capturan la forma feria y la devuelven como negocio de un puñado de empresas, a partir del montaje de escenografías súper frígidas. Ordenancistas, porque desde mucho antes de la pandemia, lo que predomina es el protocolo. Esto hace que una escuela o un club de barrio que quiera hacer algo en el espacio público deban someterse a una serie de gastos, permisos y prescripciones que solo el mismo Estado, o productoras asociadas, pueden satisfacer. En síntesis, la complejidad de la matriz auto-organizativa de la feria, por un lado, y las políticas de orden y exclusión impulsadas por la ciudad, por el otro, retrasaron la reactivación de las ferias. Pero están volviendo.
2- ¿Cómo es el ecosistema autogestivo de las editoriales que participan en esta primera Feria? ¿De qué modo pueden dialogar los catálogos de cada una de estas propuestas editoriales?
Las editoriales que participan de esta primera Feria del Libro de Flores son, en cierto sentido, hijas del 2001. La crisis y la autogestión están en su génesis: desde la Feria del Libro Independiente (FLIa) a los stands colectivos en la Feria del Libro de Buenos Aires; o a la creación de distribuidoras asociativas. Se puede reconocer ahí una historia común de proyectos que hoy detentan catálogos consolidados. Pero la crisis está siempre en el horizonte y los catálogos no tienen un circuito ya construido, que solo hay que alimentar con más novedades. En este sentido, las editoriales independientes y alternativas tienen la capacidad de producir, no sólo los libros, sino también el conjunto de redes que hacen posible la escritura, la conversación, la lectura.
3-¿Cómo impactó la pandemia en editoriales como Tinta Limón? ¿A la larga se vendieron más libros y se leyó más, en comparación con otras actividades que sufrieron mucho más el confinamiento?
Como a casi todo el mundo, en un primer momento el parate nos desconcertó y perjudicó en el aspecto comercial. Luego fuimos aprovechando la situación para reorganizarnos, repensar el modo en que trabajamos y planificar mejor nuestro circuito de producción de libros, que es bastante “artesanal”, en el sentido de que requiere una atención colectiva constante, no solo sobre la dimensión material de la edición sino también sobre las relaciones personales que hacen a la misma. El balance, en este sentido, es positivo: crecimos durante este tiempo. Pero no constatamos un aumento en las ventas.
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