Intervenciones

Palabras de María Moreno en la Feria del Libro de Flores

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La escritora, periodista y crítica cultural aceptó la invitación a tomar la palabra durante la quinta edición de la Feria del Libro de Flores. Aquí compartimos las ideas que vino a compartir de cuerpo presente en el escenario.

“¿Es posible afinar el oído, despuntar el lápiz, conseguir un arco y una flecha? El desastre según Maurice Blanchot es la ruina del habla, el desfallecimiento de la escritura. Lo que queda por decir cuando se ha dicho todo. Rumor de red social que murmura ¿Es posible recuperar la palabra de la captura digital?”. Estas son algunas de las inquietudes que me acercaron desde la organización de la Feria del Libro de Flores como consigna posible para esta quinta edición. Parece necesario aclarar que los modos de la política tal cual los conocíamos, mutaron hasta ser irreconocibles - aunque el neoliberalismo tanático ya venía apropiándose del espacio global-  en el momento en que escuchamos como valor negativo, incluso escandaloso, la expresión “justicia social”. Considero que mi palabra se quebró hasta sonar como una vuvuzela debido a un ACV en 2021. Por eso abuso de su paciencia. Pero me queda la escritura y esa escritura es entre compañeros y adversarios, no entre enemigos. No respondamos al brutalismo libertario que no escucha ni quiere ser escuchado. Y se alegra del dolor que produce. No cedamos a inventar palabras psiquiátricas como hacían los doctores reaccionarios de la generación del ochenta con los pobres y los inmigrantes. Pienso que la palabra es indemne a la realidad, aunque hable de ella. Se puede censurar, entristecer, ocultar, pero siempre habrá fugas, como las clandestinas que se achicaban hasta el borde justo de la inteligibilidad, esos “caramelos”, como ese en papel Minifold doblado varias veces donde Rodolfo Walsh escribió su carta a Vicki. Como dice la filósofa Luciana Cadahia, en México, Chile, Colombia, Brasil hay procesos emancipadores y no debemos caer en nuestro complejo de excepción por la provisoria influencia de un presidente neoliberal obsesionado por la sodomía y el ano envaselinado.

En un trabajo titulado La crueldad como articuladora de la violencia estructural de Mónica B. Cragnolini (dossier de la revista Adynata dedicado a la crueldad), la autora sostiene la hipótesis de que vivimos de la sangre del otro, humano o animal, incluso criamos animales para que constituyan nuestro alimento, a pesar de que las industrias ganadera y lechera no son imprescindibles para la vida humana.

Considero que mi palabra se quebró hasta sonar como una vuvuzela debido a un ACV en 2021. Por eso abuso de su paciencia. Pero me queda la escritura y esa escritura es entre compañeros y adversarios, no entre enemigos. No respondamos al brutalismo libertario que no escucha ni quiere ser escuchado. Y se alegra del dolor que produce.

Errar, hacer muescas, numerar, encadenar, engrillar, es poseer a otro humano o animal,  domesticándolo. En nuestra mesa, cuando un jugoso bife de costilla se presenta bien trozado y en un eufemístico diseño pop, somos todos asesinos. No, no soy vegetariana pero el ser carnívoros es quizás nuestro primer negacionismo. El sistema de mataderos empezó en el siglo XX, en la Chicago de los años 20. Cuenta Cragnolini citando a Charles Patterson que Henry Ford vio como las bestias eran cazadas, transportadas, matadas y trozadas en una veloz eficiencia y trasladó el modelo a su fábrica, la misma de la que salieron nuestros Rambler verdes que nuestra vicepresidenta adora con nostalgia. De ahí crecieron con el mismo sistema seriado, los locales de la comida basura: Mc Donald´s, Kentucky Fried Chicken, Pizza Hut, Taco Bell, situados al borde de las autopistas que, según el mito, fueron desarrolladas por Adolf Hitler pero que en realidad, se trató de unas pocas que sirvieron para sacarse fotos –pronto se detuvo su construcción- como imagen de oferta de trabajo, que sólo sucedió cuando se sistematizó la fábrica de armas para el Tercer Reich. Pero la cadena de montajes donde los humanos eran cazados, encerrados en vagones sin ventanas, clasificados, obligados a trabajar, a alinearse hasta ser gaseados, según Charles Patterson citado por Cragnolini, coincidió con el desarrollo de la industria de la carne.

Brutalismo libertario o el viagra electrónico

El compañero Bifo Berardi describe con amargura como, desaparecido el internacionalismo obrero, las instituciones garantistas de derechos, la mente alfabética ha sido suplantada por la mente electrónica, cuyos estímulos son tan veloces y excitantes que ya no permiten tiempo para elaborar el bombardeo de imágenes, calificarlas entre verdaderas o falsas, cuál es una masacre real y cuál un juego, lo que importa es que exciten. Han votado–dice Bifo- a Trump, no a pesar de ser un corrupto y un mentiroso, sino porque es las dos cosas; apoyan a Netanyahu no porque no crean en el genocidio sino porque él lo practica, apoyan a Milei porque mata de hambre a todos los demás mientras a nosotros nos hambrea a cambio del goce masoquista de su imagen con la motosierra y sus balbuceos megalómanos. El mismo Bifo se reconoce víctima del biocapitalismo en forma de viagra electrónico: “La noche del 9 de noviembre de 2016, mientras esperábamos los resultados de las elecciones americanas en las que Hillary Clinton se enfrentaba a Donald Trump, recuerdo que me desperté a las cuatro de la madrugada para encender mi ordenador y ver cómo El concurso había terminado. No es que tuviera ninguna simpatía por Hillary, pero la idea de que este bruto pudiera llegar a ser presidente me parecía moralmente repugnante. Sin embargo, me di cuenta de que algo en mí quería que sucediera el evento más fuerte, más inesperado, más escandaloso, en resumen, más estimulante de la dopamina. Y mi sistema nervioso estaba satisfecho: el horror había prevalecido y el espectador que había en mí estaba satisfecho, porque todo espectador siempre quiere que la pantalla le envíe el estímulo más fuerte. Creo que la mente conectiva ha evolucionado en una dirección incompatible con el juicio moral y la discriminación crítica”.

Cuando vemos los refugios para los sin techo, vemos la misma organización seriada, aunque su sentido sea lo contrario: mantener lo humano, con lo mínimo para que alguien sea un hombre o una mujer: una ducha, un plato de comida, una cama fuera de la intemperie, un afeitado, toallitas higiénicas porque la vida está en riesgo como dice CRI, el Comité de Revolución Imaginaria (sí, más que nunca esa palabrita). La forma contraria a la línea de montaje es la ronda, que no es jerárquica, no tiene comienzo ni fin, como la ronda de las Madres de plaza de Mayo,  las ollas populares y las ferias que se juntan en alguna punta, con comidas caseras, clases al aire libre, saberes populares y de universidad pública. En los comedores al aire libre donde cada uno se da a sí mismo el alimento sin que se lo sirvan, cuando el responsable ocupa su lugar en la mesa comunitaria como uno más, no como un asistencialista, también la forma es la de la ronda aunque ovalada. De esos bolsones de emancipación saldrá una palabra nueva cuyos legados todavía no conocemos, que no nos encontrará mudos, a lo sumo como Fénix desplumados, bajándole definitivamente el rating al falso rey que siempre estuvo desnudo.

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