Intervenciones

¿Por qué editar textos y discursos de Martin Luther King Jr.?

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Aquí las palabras previas al libro que inaugura la colección de biografías Mil Vidas y que cuenta con introducción, selección y comentarios de Cornel West. Este libro busca repensar Estados Unidos desde los activismos argentinos y latinoamericanos.

Este libro es una recopilación de textos e intervenciones de Martin Luther King Jr, producidas entre 1955, cuando adquirió relevancia en el movimiento antisegregacionista del sur estadounidense, y 1968, año de su asesinato en Memphis. Veintitrés años durante los que fue un líder político decisivo para la historia estadounidense.

El libro tiene una organización temática y cronológica, y está compuesto por sermones, discursos, conferencias y extractos de las tres memorias políticas que King publicó en vida (1958, 1964, 1966) y de la compilación a cargo de Clayborne Carson, a la que le ha sido reconocida el estatuto de autobiografía. Una primera parte se reúne alrededor de la discusión ética y moral, fundamentalmente cristiana, en la que se exploran elementos para una concepción del amor –que es casi una teoría política del amor–, a partir de la categoría platónica de agape. La de agape es una noción decisiva para comprender la orientación general de la política de King, en la medida en que remite a una universalidad fraterna como horizonte político.

Luego, la segunda parte se vertebra en torno a aspectos teológico-religiosos, de teoría e historia de la religión cristiana. Son el corazón de sus intervenciones teológicas, el momento en que el líder político expone su faceta de predicador. Allí se tratan las relaciones entre diferentes comunidades religiosas, se reflexiona sobre la salvación del alma y el racismo, sobre las relaciones entre el pueblo negro y el pueblo judío –en tanto pueblos esclavizados y diasporizados que buscaron su libertad– y sobre la importancia de la hermandad como figura política –y familiar– que da sentido a la igualdad de los seres humanos entre sí. Esta parte, como sería de esperar, está muy marcada por las lecturas bíblicas de King, pero no son una referencia exclusiva: las influencias de Gandhi y el hinduísmo también se dejan ver.

La tercera parte está dedicada a la política, a la militancia y a los activismos, en los sentidos habituales que fueron planteados en las experiencias de organización y movilización social emancipatoria de los siglos XX y XXI. Aquí emerge el problema del poder, el problema del enemigo, el problema de la violencia y la no violencia, los llamados al activismo y las formas de acción directa. Emerge, también, la biblioteca de King, sus referencias y sus debates: Marx, Nietszche, el ya mencionado Gandhi, Walter Rauschenbusch, Frederick Douglass, teólogos alemanes del siglo XIX y XX, teólogos y profesores afroamericanos como Howard Thurman, Benjamin Mays y Mordecai Johnson, los textos reconocidos como fundantes de los Estados Unidos, la Utopía de Moro.

La última parte se organiza en torno a textos que articulan una serie de críticas y denuncias sociales. King cuestiona el orden social-racial –en especial el norteamericano, pero no solamente– así como al capitalismo y el socialismo de la Guerra Fría. Hay cuestionamientos a la estructura blanca de poder, a los regímenes autoritarios y a las resoluciones bélicas y letales de los conflictos sociales, al racismo, a la desigualdad, al legado esclavista, al imperialismo norteamericano. El texto que cierra esta parte, I’ve been at the Mountaintop, es muy significativo porque es el último discurso de King, pronunciado durante una huelga de recolectores de basura en Memphis la noche anterior a ser asesinado. Sus palabras, en las que aparece una crítica a la guerra de Vietnam y a la política imperialista norteamericana, tienen una carga profética tremenda. Su final es memorable: King anticipa su asesinato diciendo que es probable que lo maten, que no le importa y que está dispuesto a morir. He aquí el King radical que, retrospectivamente, permite leer toda su obra, todo su recorrido, desde una perspectiva no habitual.

O eso es lo que se propone quien confecciona y prologa esta compilación, el filósofo y teólogo de izquierda Cornel West. Él se propone rescatar un King no edulcorado, un King no “papanoelizado” (bueno, paciente, permisivo). En lugar de eso, West muestra un King que tiene una teoría del poder que si bien no apela a la violencia en el sentido del combate físico, sí tiene una teoría de la violencia y la agresividad y de lo que se puede hacer con ellas en términos propositivos. También recupera cuestiones de modelos sociales y propuestas programáticas (como el salario universal o la democracia socialista) que en el King papanoelizado están muy tapadas por pátinas liberales o multiculturales.

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¿Por qué publicar hoy, en Latinoamérica, una recopilación de sermones, discursos y memorias de Martin Luther King?

Una primera razón tiene que ver con el acercamiento específico que propicia a la historia de Estados Unidos, puesto que permite entrar a esa historia por el flanco de sus movimientos políticos y sociales. El nombre King remite, sin reducirlo, a un proceso muy complejo y multitudinario de luchas afroamericanas que entre los cincuenta y los setenta del siglo XX adquirieron una fisonomía específica y una intensidad particular. En ese marco, entendemos que este libro no solo aporta a conocer los conflictos sociales que configuraron a la sociedad estadounidense actual, sino que permite comprender la crisis de una hegemonía que, durante los años que vivió King, no hacía más que expandirse.

Esta entrada por el flanco de los movimientos sociales y políticos relativiza otras dos formas de acercarse a la historia estadounidense presente en la cultura política argentina, que vale la pena caracterizar porque su fuerza es formativa. Esas formas, a su vez, se oponen entre sí. La primera de ellas remite a su estructura económica y sus políticas exteriores. Es la clave que denuncia la dominación mundial, la presencia militar y el control de la economía mundial. Es la clave antiimperialista, quizá con falencias en materia de conocimiento específico de la historia estadounidense. La otra clave, mucho más pobre aún en términos de conocimiento específico, es la de la fascinación con Estados Unidos como país modelo de un capitalismo exitoso; fascinante por sus producciones culturales, sus modos de vida, sus tecnologías. Esta es la clave del encandilamiento civilizatorio que desconoce –o niega– las enormes violencias internas y externas sobre las que se apuntala el dominio estadounidense.

Este libro no toma ninguno de esos dos caminos. En su lugar, al exponer una experiencia militante, de lucha política, permite ver a Estados Unidos desde la perspectiva de los movimientos populares, que también lo definen. Ofrece una historia del activismo norteamericano y afroamericano a partir de una figura muy importante, cuyo nombre es conocido hasta el hartazgo, tanto como desconocida su experiencia. De este modo, el significante Estados Unidos es alterado por este libro y, tal vez por ello, abre un campo de pensamiento y exploración militante que suma a una historia de los activismos del siglo XX. Unos activismos y unas militancias que no se cuentan entre las grandes referencias en Argentina, que son las propias experiencias argentinas, las europeas y las latinoamericanas.

Una segunda razón remite a que estas memorias políticas permiten acceder a un momento de la historia de procesos de racialización decisivos para la modernidad, como son los que tuvieron (y tienen) lugar en América y particularmente en las colonias británicas primero y, luego, en Estados Unidos. Esa historia de racializaciones y racismos ha diferido en diversos puntos de las experiencias sudamericanas y de la argentina en particular. Por ejemplo, en la existencia de estructuras e instituciones –legales y/o de facto– segregacionistas, contra las cuales el Movimiento por los Derechos Civiles enfocó gran parte de sus energías. Dichas diferencias históricas permiten reflexionar sobre los modos en que se han articulado discursos y prácticas racistas con las soberanías nacionales y las dinámicas regionales. Y, en este sentido, es de esperar que también difieran las matrices que construyen una política emancipatoria de (o contra, o a partir de) la raza. Un libro como éste nos permite, pues, encontrar esos dos fenómenos –los procesos de racialización y las políticas emancipatorias– desplegados en una historia concreta y disponibles para un pensamiento comparativo de las estrategias de lucha y liberación.

Por otro lado, la secuencia política que aparece en este libro se forjó aún contra un discurso desembozadamente racista que se había ido configurando entre los siglos XVII, XVIII y XIX. Ese discurso sostenía públicamente desigualdades genéticas, culturales y políticas inmodificables. Las décadas posteriores fueron las del daltonismo, el supuesto de que las diferencias raciales habían desaparecido o estaban en camino de desaparecer. Hoy, el racismo a la siglo XIX contra el cual King se enfrentó, está retornando en forma de un discurso supremacista que ya ni siquiera apela a la ciencia para justificarse ni a la segregación como modelo social, sino que fantasea con el exterminio. Y esto no sólo sucede en Estados Unidos, sino que se cocina también en la derecha y ultraderecha argentina, brasileña, europea.

Un tercer motivo es la expectativa de que este libro permita repensar Estados Unidos desde Argentina y Latinoamérica; más específicamente, desde los activismos argentinos y latinoamericanos. Este acercamiento no se da en términos de exotismos, sino para propiciar otras articulaciones con lo que sucedió allá y para reconsiderar nuestras “tradiciones políticas” a la luz de otras matrices. Publicar a King permite ampliar el archivo de los activismos y las militancias disponibles para pensar políticamente. En ese sentido, aporta a una política de la memoria y a una memoria política que desborda las fronteras nacionales. Pensar es también delimitar, indicar diferencias, que hacen que aquello que parece universal o total sea una singularidad. En ese punto el libro no es tanto un espejo en el que reflejarse como un panorama en el que difícilmente nos encontremos. Ese extravío, ese fuera de lugar, puede tener varios destinos: uno de ellos es el del desinterés por no encontrar una afinidad inmediata; pero hay otro, que es el de habilitar a repensar comparativamente los rasgos de las propias posiciones. En los discursos de King, en las historias que cuenta, en las instituciones que menciona, en los modos de hacer política, en el tipo de reclamos que enuncia, podemos experimentar una distancia con las tradiciones políticas y militantes argentinas. Y la distancia puede ser un insumo para pensar las propias prácticas.

Una cuarta razón, que tal vez exprese uno de los aspectos más significativos y sugerentes para el pensamiento y la comparación, es el modo en que King comprendió y operó en el enfrentamiento y el antagonismo político. Un signo distintivo del Movimiento por los Derechos Civiles fue su opción por la acción directa no violenta. La acción directa no violenta no fue el resultado de un pacifismo ingenuo o autoflagelante, sino que se relacionaba con una figura de (y posición ante) el enemigo, una teoría de qué hacer con el enemigo y de qué quiere decir vencer políticamente. Esta cuestión sacude imágenes estereotipadas sobre King –existentes también en Argentina–, como la de haber sido una suerte de prólogo aburrido y timorato a la verdadera política negra, que habría sido el Black Power, Malcolm X y Panteras Negras; es decir, el momento en que la violencia física cambia su función en el discurso político negro. La realidad es que la discusión sobre la violencia fue mucho más compleja que debatir su uso o no uso, el coraje o la cobardía. Por otro lado, en Argentina tenemos, efectivamente, un escenario político y militante actual en el que la violencia física está en gran medida suspendida como recurso y funciona una suerte de acción directa no violenta de hecho –es decir, existe un consenso de la indeseabilidad del recurso a la violencia física por parte del campo progresista, no así por parte de los sectores de las derechas–. En general los movimientos sociales argentinos, por su integración al Estado y por las lecturas y balances históricos, han suspendido la posibilidad de recurrir a la violencia física. Exponer las ideas de King, uno de los principales pensadores y estrategas de la acción directa no violenta del siglo XX, puede ser útil tanto para fortalecer los recursos alrededor de la acción directa no violenta como también para volver, por un camino tangencial, a reabrir esa discusión.

Un quinto motivo se relaciona con el modo de abordaje de las relaciones racializadas en King. Éstas aparecen impugnadas en función, no tanto de un antibiologicismo (que está más implícito que explícito), sino a partir de un universalismo cristiano. Ese humanismo cristiano, que muchas veces se expresa como “hermandad”, busca ir más allá de las identidades racializadas como vector de salida del racismo. Una salida que no consista en la integración de los afroamericanos en un esquema liberal contractual entre partes jurídicamente iguales (blancos y negros), es decir, que no busca una co-existencia, sino un nuevo modo de existencia común, donde las diferencias ya no existan como operadores de desigualdad e injusticia. Este aspecto, bastante fanoniano (recordemos que Fanon publicó Piel negra, máscaras blancas en 1951), abre una discusión interesante en torno a las políticas de la identidad y la cuestión de la identidad como algo que, no pocas veces, impide más de lo que permite, sobre todo en términos de articulación. Es un elemento actual interesante teniendo en cuenta la proliferación de políticas de la identidad. Si bien se pueden encontrar numerosos límites a su teoría –no se puede perder de vista que King no dejaba de ser un varón, ilustrado, que formaba parte de la élite político-cultural de la población afroamericana– su llamado universalista, proviniendo de una experiencia política de los subalternos, puede ser poderosa para pensar la actualidad.

La última razón tiene que ver con la discusión político religiosa. Quizá sea una obviedad decir que, en un líder político que es reverendo y pastor de la Iglesia Bautista, la figura de Dios tiene una presencia decisiva en sus orientaciones estratégicas, en sus discursos, en el modo de comprender la política y sus sujetos, de proponer una moral. En ese sentido, el Dios de King es un Dios que se conecta con lo que Jonathan Israel denominó la Ilustración radical, con la larga tradición de articulación entre cristianismo y diáspora africana y con el campo amplio de las tradiciones sociales protestantes, fundamentales para las políticas de izquierda o progresistas en Estados Unidos. Esta recopilación permite acceder a esos pensamientos, decisivos para la historia de las militancias político-religiosas progresistas del siglo XX.

Si se considera el debate y la producción en torno a, y a partir de, la teoría spinozista (por ejemplo, en el autonomismo italiano) que ha alimentado a Tinta Limón desde los comienzos no es la primera vez que el concepto de Dios aparece como objeto de pensamiento emancipador en el catálogo. Tampoco en sus cruces históricos con la acción política, en la medida en que la presencia de elementos religiosos en los movimientos sociales latinoamericanos tiene una vasta y heterogénea historia. La articulación de prácticas e instituciones cristianas (especialmente católicas) con políticas emancipatorias orientadas por principios de justicia social es un fenómeno estructural de la historia de las luchas latinoamericanas. Se pueden mencionar las experiencias del cristianismo social, la opción por los pobres, los curas del tercer mundo, la teología de la liberación, la teología del pueblo (algunas de esas corrientes también existen o existieron en EE.UU). Estos discursos, sermones y escritos de King tal vez puedan resultar útiles para detectar puntos de contacto y de divergencia con esas tradiciones.

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El encargado de la selección de los textos y cuidado del libro es el profesor, filósofo, escritor y militante afroamericano Cornel West. Además de la introducción y el agradecimiento que abren el libro, son suyos los textos que abren las tres partes del libro, como tambien los textos con que se abre cada documento de King. Para que sea más sencillo de identificar y no confunda la lectura colocamos esos textos de West en itálica.

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