Reflexión

Sobre la edición de "Nunca me fui de casa" de Margaret Randall

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Rafael Mondragón, editor de Heredad (México), cuenta en esta nota cómo fue el trabajo de traducción con la poeta para construir la hermosa autobiografía que tenemos el orgullo de lanzar en Argentina.

Margaret Randall
Margaret Randall

“¿Quién es Margaret Randall”, me pregunta Laura en una de esas tardes que se sienten madrugadas, a los dos o tres meses del nacimiento de nuestra hija. Amigos muy queridos se han ido muriendo en la pandemia, uno tras otro, y Laura y yo vivimos en una duermevela perpetua. Yo he comenzado a tener sueños lúcidos: mientras estoy despierto, aparecen y desaparecen fantasmas, personas ensoñadas, familiares muertos. Y en medio de eso, traduzco a Margaret. Avanzo unas pocas páginas cada día, y al final de la semana le escribo enviándole mis avances. Ella responde a las pocas horas anotando cuidadosamente elecciones léxicas, puntuación, frases enteras. Me enseña a leer a través de ese ejercicio atento, y las traducciones se van demorando conforme sonidos, palabras sueltas y referencias a poemas o anuncios comerciales abren largas conversaciones.

Le cuento a Laura que los libros de Margaret formaron parte durante décadas de las bibliotecas militantes y radicales de gente en toda América Latina. Que fueron heredados de padres a hijos, pasaron de mano a mano a través de los países. Yo mismo tengo en casa algunos libros heredados por mi mamá. Ellos fueron editados por Arnaldo Orfila en Siglo XXI, antes de que la represión desatada por el gobierno mexicano en 1968 obligara a Margaret y sus hijos a abandonar este país: allí están Todas estamos despiertas, una autobiografía coral de la Revolución sandinista en boca de las mujeres que la protagonizaron; Mujeres en la Revolución, mosaico de entrevistas con las revolucionarias cubanas en el año axial de 1970; El espíritu de de un pueblo, que recoge las experiencias de las mujeres que defendían su país durante la guerra de Vietnam; Sueños y realidades del Guajiricantor, biografía del poeta popular cubano Che Carballo escrita junto a Ángel Antonio Moreno, que se vuelve, al tiempo, una documentación de la obra oral de Carballo y un ensayo ficcionado sobre la dignidad de la cultura plebeya… Le cuento a Laura que Margaret Randall forma parte de una constelación que abrió la literatura latinoamericana a las poéticas de lo real, el documento, el testimonio y la conversación. Que Margaret fue responsable de ese giro y por ello es hermana de Rodolfo Walsh, Elena Poniatowska y los grupos teatrales de creación colectiva. Que, en ese sentido, es la abuela de Daniela Rea, Lola Arias, Shaday Larios y tantas otras creadoras que, desde las artes vivas, el pensamiento crítico y el periodismo, están construyendo formas alternativas de decir la verdad en tiempos de indignidad.

Le hablo de El Corno Emplumado, cuyas ediciones de poesía muchos de nosotros perseguimos en las librerías de viejo, y del diálogo construido en esa revista en torno de la construcción de una civilización alternativa: de su sección de cartas, en donde debatían Thomas Merton y Ernesto Cardenal, Gary Snyder y Roberto Fernández Retamar. De sus encuentros poéticos en donde se hablaba de la urgencia y los fracasos de las grandes revoluciones políticas y estéticas de aquella época. De cómo, para construir ese espacio de conversación, fue necesario que Margaret dejara Estados Unidos y se volviera una escritora latinoamericana, pues – según ella— sólo era posible ver el mundo entero viviendo del otro lado del Río Bravo. De cómo vivió en España, México, Perú, Cuba, Vietnam y Nicaragua, como protagonista de una historia del siglo XX que hoy parece haber sido borrada. De su poesía, construida en un cuidadoso tono conversacional, lleno de ironía para consigo misma, que guarda un aire de familia con las búsquedas estéticas de bell hooks y Paulo Freire, y delata la participación de Margaret en el movimiento de la pedagogía popular.

De todas esas cosas hemos conversado con Margaret en largas cartas: ella nos ha mandado un libro inédito de ensayos, y está preocupada por que se traslade ese tono sencillo a la versión en español. El libro se llama Pensando pensamientos, y conforme le mando avances de la traducción también le cuento sobre los debates latinoamericanos en torno del lenguaje inclusivo y la diferencia de este debate respecto del de Estados Unidos; conversamos sobre las palabras utilizadas en inglés para insultar a lesbianas y homosexuales, y con ayuda de compañeras de México buscamos equivalentes análogos en el español latinoamericano; confrontamos las estadísticas ofrecidas por Margaret para explicar la violencia las mujeres y hacia la población transgénero, y buscamos los informes más recientes en nuestro continente para confrontar con nuestras cifras. A través de esas búsquedas, la conversación con Margaret se expande para incluir a personas de diferentes generaciones y contextos militantes. Todas ellas van siendo consultadas, y aportan sus opiniones para la construcción de las versiones finales. Conforme nos acercamos a la versión final de Pensando pensamientos, Margaret y yo tomamos la decisión de que las partes más importantes de este proceso tomen la forma de notas al pie del editor en que el texto en inglés se actualiza y es confrontado con la realidad de un continente aún amado.

Pensando pensamientos sale casi al mismo tiempo en español e inglés. Unos meses después, Margaret nos busca para decirnos que quiere que editemos en español su autobiografia. Yo conozco el volumen publicado en inglés: I Never Left Home es la parte final de una serie de textos autobiográficos que incluyen un extraordinario testimonio de la Cuba de la década de los setentas (To Change The World/Cambiar el mundo), libros de fotografía y textos en prosa y en verso sobre los desaparecidos, el expresionismo abstracto, la generación beat y el abuso sexual que sufrió de niña. El libro fue magníficamente editado por Gisela Fosado en Duke University Press, y no va a ser fácil hacer un volumen en español que esté a la altura de ese trabajo. Margaret ha trabajado un primer borrador de la traducción junto a María Vázquez Valdés, quien ya antes ha traducido algunos volúmenes suyos de poesía, pero el manuscrito aún requiere mucho trabajo. Goyo, el hijo mayor de Margaret, ha pasado varios meses revisándolo para corregir problemas de traducción, pero está de acuerdo con su mamá en que el volumen no logra reflejar su voz. Además es necesario que el libro salga pronto, lo que nos pone a todos en una situación difícil. Después de entregarle una revisión de las primeras cien cuartillas, Margaret me pide que rehaga toda la versión de María confrontándola desde el inicio con el texto original e intentando que su estilo personal aflore.

Conforme avanzábamos en el trabajo, me fui dando cuenta de que ese original no existía como texto único: María trabajó sobre el archivo en Word que Margaret envió a Duke University Press, pero conforme el libro iba siendo diseñado, Margaret hizo correcciones sobre las pruebas: añadió datos, hizo pequeños cambios en algunos párrafos, actualizó la bibliografía final. El equipo de Gisela adaptó el libro de Margaret a las convenciones editoriales de Duke, pero en el proceso quitó la mayoría de las notas al pie en que Margaret daba datos de contexto a sus lectores norteamericanos. Llegué a la conclusión de que no todas esas notas deberían haberse quitado: en algunas de ellas hay información importante (por ejemplo, en una Margaret explica que Cambiar el mundo tiene contraparte en un libro de memorias escrito por Goyo en que él narra su propia versión de aquellos años en Cuba, y ofrece una dirección web para descargar dicho libro). Además Margaret añadió notas nuevas al impreso que no están en su manuscrito original.

Así fue como la confrontación de la traducción con el original se convirtió en una confrontación con dos textos distintos, un trabajo especialmente arduo al revisar los capítulos 7 (sobre Cuba) y 9 (sobre el regreso a Estados Unidos). Al mismo tiempo, la omisión de algunas notas con datos de contexto que eran innecesarios para lectores latinoamericanos tuvo que ir de la mano de la redacción de notas nuevas para la edición mexicana en que ofrecían datos de contexto que no habrían sido necesarios para el lector de Estados Unidos. Esas notas fueron escritas por el editor del volumen: trataron de ser las menos posibles, pues no queríamos competir con el texto de Margaret. Hoy aún me pregunto cómo podríamos mejorarlas.

Conforme dialogamos en torno de la traducción de María, Margaret y yo decidimos recuperar algo que María había comenzado a explorar. La autobiografía de Margaret está construida a partir de un conjunto de poemas (suyos o de otras personas) que disparan conversaciones y activan recuerdos. María comenzó un trabajo de recuperación de algunas de las traducciones de esos poemas intentadas por otros poetas de América Latina. Margaret ahora sugirió nuevas traducciones, y yo continué dicho camino con la apuesta de recuperar las versiones originales de las cartas y poemas de amigos de Margaret que se tradujeron al inglés para la publicación de I Never Left Home, y que luego María había traducido del inglés al español. Era necesario conseguir las versiones originales en español. Margaret había explorado su archivo para entresacar de allí poemas, cartas y ensayos de sus amigos en el continente americano, y además había pedido a muchos de ellos que le escribieran cartas nuevas en donde contaran lo que habían sido esos años. Eso es sobre todo importante en el capítulo dedicado a El Corno Emplumado, que incluye textos inéditos de Sergio Mondragón, Jerome Rothenberg, Roberto Fernández Retamar, Ernesto Cardenal y Silvia Gil, entre otros. Con la ayuda de Margaret, recuperamos la mayoría de los originales de las cartas donde ellos habían hecho llegar dichos textos. Al mismo tiempo, yo había comenzado un trabajo genético para ubicar cómo Margaret había ido publicando versiones previas de la autobiografía en revistas latinoamericanas. Ese trabajo nos sirvió para ubicar el texto en español de las cartas de Silvia Gil y Roberto Fernández Retamar, que Margaret ya no conservaba en su computadora, pero que aparecían en una versión previa del capítulo sobre El Corno Emplumado publicada en Casa de las Américas durante la época en que Silvia y Roberto aún trabajaban allí. Por cierto, que ese texto, publicado con el título de “Recordando El Corno Emplumado”, Casa de las Américas, núm. 280, jul.-sept. 2015, pp. 100-118, fue traducido por Esther Pérez y nos dio muchas ideas sobre cómo enfrentar algunos problemas de traducción.

En cuanto a los textos sacados por Margaret de sus archivos, pudimos encontrarlos todos gracias a los viajes a bibliotecas públicas que poco a poco nos fue permitiendo la pandemia. Fue un placer encontrar los originales de las palabras de Nancy Morejón y Gioconda Belli citadas por Margaret en dos epígrafes, hojear los números de El Corno en busca de las cartas originales de Cardenal, Merton y Snyder y confrontar las versiones en inglés y español del Viaje a Yucatán de John Lloyd Stephens. El único texto en español que no pudimos encontrar (porque nunca se publicó, por lo menos hasta donde sabemos) es el poema “Patria”, del escritor colombiano Antonio Castro, con el que Margaret inicia el último capítulo de su libro. Dejamos constancia en dicho capítulo que publicábamos “Patria” en una versión en español hecha a partir de la versión en inglés que había sido obra de Margaret… Quizá un día podamos encontrar el original de este poema.

Mientras íbamos diseñando el libro, Margaret añadía nuevas notas al pie, actualizaba una vez más la bibliografía, corregía datos que habían aparecido incorrectamente en la edición en inglés. Nosotros trabajábamos en México día y noche para intentar que el libro saliera en la fecha comprometida. En el camino murieron Ernesto Cardenal y Ambrosio Fornet y añadimos pequeñas notas al texto que daban cuenta de esas muertes.

Y finalmente apareció el libro. En el camino habíamos buscado a Tinta Limón: admiramos su manera de concebir cada libro como un acontecimiento político, sus libros nos han acompañado durante décadas en acampadas y asambleas populares y queremos que Nunca me fui de casa pueda circular en toda América Latina. Amigos y compañeros se suman para preparar la edición que Tinta Limón hará en Argentina: Ximena Mondragón Randall, hija de Margaret, prepara para nosotros una lista de erratas encontrada en la edición mexicana. Andrés Bracony y el equipo de Tinta Limón realizan una nueva revisión, muy cuidadosa, del texto en español, y tenemos la oportunidad de discutir y mejorar aspectos puntuales de la traducción.

Las palabras de Margaret pasan de mano en mano a través de los países, las lenguas y las generaciones. Justo como los guantes de los que habla un poema suyo que me gusta especialmente:

Los guantes

para Rhoda Waller

Es cierto. Marchábamos en algún lugar

y hacía frío, y compartíamos los guantes

porque sólo teníamos un par entre las dos,

y un policía de la ciudad de Nueva York compartió también

los suyos, grandísimos, conmigo —qué extraño,

él estaba allí para mantener el orden

y entonces podía ofrecérmelos y yo aceptarlos.

Marchábamos por el Santa María, un barco

portugués cuya tripulación se había amotinado.

Ellos exigían asilo en el Brasil de Goulart

y nosotras desfilábamos en su apoyo en medio

del invierno, en Nueva York, yendo y viniendo

frente al Consulado de Portugal, el Centro Rockefeller,

1961. Recuerdo la fecha por mi primer hijo

—Gregory nació a finales de 1960—, como recuerdo muchas

otras fechas por el primero, la segunda, la tercera,

la cuarta, y siento su cuerpo en este instante

de nuevo junto a mi pecho, sostenido contra el frío

por nuestros fuertes pasos de dignidad.

Esa fue mi primera protesta pública, Rhoda,

extraño es que la recuerdes ahora,

en esta carta que habla de una amistad

que ha sobrevivido tantos años.

Cuántas protestas desde aquélla, cuántos

desfiles y concentraciones por causas más grandes,

guerras más largas, heridas más profundas,

tocadas o no por nuestra pasión.

Hoy por nada del mundo un policía se quitaría

los guantes, ofreciéndolos con insistencia

para que me proteja las manos violáceas.

Hoy un niño, apretado contra mi pecho, sería un hijo

de mi hijo, una generación adelante. El mundo

es más viejo y yo dentro de él he envejecido.

Ardo más lentamente con las mismas pasiones.

Las pasiones son cada vez más viejas y, por tanto,

yo cada vez más joven, porque las vivo

con más conocimiento de causa, y me muevo dentro

de ellas, preñada de miedo, pero sin doblar las rodillas.

Los guantes siguen allá, en el frío

y pasan de mano en mano.

Sí. A pesar del exilio, la violencia y la persecución, las historias encuentran herederos inesperados y las luchas vuelven a comenzar al día siguiente de haberse terminado. De eso trata, también, esta autobiografía.

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