En los años noventas, Paolo Virno hablaba de Contrarrevolución para explicar que el neoliberalismo era mucho más que un programa económico o una serie de reformas institucionales. Era ***una revolución en reversa. ***Alteraba profundamente sujetos, prácticas, instituciones, horizontes. Y era irreversible, que no quiere decir inmodificable o definitiva, sino que era imposible regresar al punto previo a su eclosión. Cualquier intento de desconocer la irreversibilidad de la contrarrevolución llevaría, en el mejor de los casos, a parches políticos y paliativos; en el peor, a la más profunda impotencia o la nostalgia sin punto de fuga.
En Contra el autoritarismo de la libertad financiera, Verónica Gago y Luci Cavallero usan la noción de contraofensiva. Me parece una gran decisión, porque permite atender a la profundidad de ciertos cambios, y también de asumir su modo bélico de enunciarse y operativizarse. La contraofensiva libertaria es el momento libertario de esa contrarrevolución.
Esta contraofensiva libertaria, nacidas durante los procesos políticos y económicos anteriores, motorizados diversamente por los distintos gobiernos, tiene una serie de especificidades respecto a las fases previas de la contrarrevolución neoliberal argentina: si la primera fue quebrar el pacto social keynesiano al tiempo que insuflar una ética del consumo mercantil, y la segunda colocó al emprendedor ( que ya no remite al consumo sino al comercio y la producción) como figura emblemática, la tercera, la actual, es la de la aparición del especulador como fenómeno de masas. Consumidor, Emprendedor, Especulador conforman la serie histórica, que puede verse también a contraluz como la de Desempleado, Monotributista y Trabajador endeudado. Es así que ya no sólo se trata de consumo o trabajo precario o emprendedurismo (la cervecería artesanal del macrismo) sino de la financiarización de la existencia (por la vía de la deuda, pero también por la vía de la especulación), cada vez más intensa porque cada vez es más profundo el despojo. Vero y Luci permiten ver con mucha claridad esto, al detectar el devenir de un desarrollo “desde arriba”, de fintechs y políticas de gobierno, y uno “desde abajo”, con sectores populares entrenados en la precariedad, la especulación y la austeridad. Un maridaje entre el aceleracionismo del capital financiero y la inestabilidad sistémica de la vida social y económica argentina.
Consumidor, Emprendedor, Especulador conforman la serie histórica, que puede verse también a contraluz como la de Desempleado, Monotributista y Trabajador endeudado.
El libro ayuda a entender al capitalismo obrando por capas, que por su expansividad congénita, nunca es la última capa. El proceso de la contrarrevolución no termina y se compone de contraofensivas, de composiciones muy variadas -y concretamente impredecibles-, aún si todas remiten o tributan al principio de la máxima ganancia monetaria, tan abstracto como para poder contemplar bajo su órbita múltiples formas de subjetivación, afectos, cultura. La aceleración capitalista tiene un punto fijo alrededor del cual todo gira a gran velocidad.
Vero y Luci exploran, desglosan, esta contraofensiva en múltiples escalas y procesos. Yo quiero hacer aquí un corte transversal, armando un cuadrilátero que se compone de deuda, especulación, imaginación masculina de futuro y mapeo de posibilidades para la invención política. Creo que cada uno de estos aspectos permite pensar en modos de estar en el tiempo, de hacer, de vivir, de gobernar lo posible. Si toda relación de poder es también una relación de orientación (incluso cuando lo que se intenta es gobernar por el caos, entonces podemos decir que allí la relación es desorientación), lo que abre este libro, es un pensamiento político de los modos de vincularse con el futuro.
Deuda
Si algo vienen afirmando sistemáticamente los trabajos de Vero y Luci de los últimos años es que la deuda tal como existe es una cárcel. Una cárcel temporal. O mejor dicho, una cárcel hecha de tiempo. El libro insiste en que la deuda tiene una función disciplinadora, diversa a la que el pacto keynesiano estipuló sobre la fuerza de trabajo y su tiempo. La deuda, su temporalidad, es la de ser, a la vez, presente y futuro: se debe hoy, se debe pagar mañana. Es un fenómeno actual (que actual o pasado) que tiene por horizonte controlar el tiempo de aquí en adelante (controlar su virtualidad).
La deuda es multiescalar, de las soberana a las personales. Aquí me voy a detener más en estas útimas, pero sabiendo que la trama es siempre de retroalimentaciones.
Esta economía política de la deuda ha sido pensada, retomando a Nietzsche, a la luz del sentimiento de culpa que se proyecta sobre ellas y los imperativos de pago. Pero el libro que presentamos hoy trae otros afectos, que sin duda podemos llamar afectos de futuro del endeudamiento: promesa, entusiasmo, alivio, desesperación, asfixia, vértigo, desazón. La exploración de los afectos, que el libro repone transversalmente en las geniales entrevistas que están al final, puede ser una vía de politización poderosa, porque implica comprender un aspecto, el material-afectivo-político, de nuestras relaciones con el futuro.
Luci y Vero hablan de la deuda como “la explotación de la potencia del hacer” (59). Este aspecto me parece central, y permite comprender la íntima relación entre lo que supimos posfordismo y deuda. Uno y otro tienen con el trabajo una relación diferente a la que sostenía la cultura salarial de los Estados de bienestar. El posfordismo, como la deuda financiera capitalista, abandonan la dominación por tareas (es decir, prescribir concretamente qué hacer) para moverse hacia un imperativo difuso pero muy poderoso (“hacé lo que puedas”, lo que se te ocurra, lo que más puedas, para generar la máxima ganancia o “hacé lo que puedas para pagar”). Esto no sólo ayuda a entender el devenir criminal de toda la sociedad capitalista, sino a entender la forma específica de dominación actual. La deuda no pide cierta tarea, sino que pide cierta cantidad de dinero. Esto hace también al modo en que, como dicen Vero y Luci, “excita el hacer”. La precisión corre por cuenta del endeudado. Así, la dominación por la deuda pone condiciones de actualización (pagá) sin necesariamente indicar o acotar un cómo (como puedas). De esta manera, no se aleja del control, sino que lo virtualiza. No gobierna (sólo) lo actual sino que gobierna, fundamentalmente, lo posible. Si la experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado, la deuda te corta el pelo antes de que te haya crecido.
El libro trae afectos de futuro del endeudamiento: promesa, entusiasmo, alivio, desesperación, asfixia, vértigo, desazón.
Tal vez por esto, el libro me dejó la impresión de que la deuda nos permite pensar en otra clave un problema actual, que solemos llamar “crisis de la imaginación política” o “crisis de la imaginación de futuro”. En un pasaje, Vero y Luci dicen dicen: “la deuda consume capacidades inventivas”. Esto es muy interesante. Porque la invención, por ejemplo para Gilbert Simondon o Catherine Malabou, es una deriva de la anticipación. De hecho, es la “conclusión” del ciclo de la imagen. En este sentido, que la deuda consuma capacidades inventivas equivale a decir que la deuda consume, entre otras cosas, imágenes de futuro. Si esto es así, no es cierto, como se dice, que la gente no piensa en el futuro. Al contrario, hoy quizá sólo piensa en el futuro, si ha de pensar en la deuda. Políticamente, hay una diferencia sideral entre decir que nadie piensa en el futuro que decir que todos están obligados a pensar en el futuro de una única manera. El hipermencionado “realismo capitalista” es mucho más que una ideología o un discurso, es una infraestructura operacional que tiene a la deuda como vector y al futuro como prenda.
No estamos ante un problema de falta de imágenes de futuro. En cambio, sostengo que un rápido relevamiento indica que hay una producción constante de imágenes. Con este libro, Vero y Luci aportan mucho a entender que parte de la despotenciación de las imágenes efectivamente existentes se debe al modo en que la deuda, que hay que recordar que es monetaria, opera sobre la imaginación y la vida -induciendola o inhibiendola. Por eso el problema a atacar no es tanto el de producir imágenes (imágenes de país, proyectos, etc) sino el de liberar a la imaginación y la inventiva de la infraestructura actual de gobierno de lo posible. Necesitamos convocar a producir/diseñar una nueva infraestructura de articulación social entre imágenes de futuro y actualización. La deuda es un modo particular de dominar las posibilidades de pensar en el futuro. Vas a pensar en el futuro siempre bajo el fantasma de la deuda. Por eso, lo que venga después de este totalitarismo capitalista tiene que desobedecer la deuda, que es como decir liberar la imaginación de futuro. Pero desobedecer la deuda requiere más que rechazar su imposición: requiere inventar una economía de nuevo tipo.
Especulación
La exploración sociológica, política y económica, que hacen Vero y Luci respecto a la especulación es buenísima. Hablamos todo el tiempo de especulación, pero quizá venga bien una definición. Digamos que, tomen nota, la especulación es una “operación de pensamiento (no sólo “mental” porque se vale de objetos, máquinas, soportes, instituciones, tecnologías) a partir de la cual se consideran escenarios posibles (no garantizados) en contextos de alta incertidumbre (en los que puede pasar muchas cosas, cosas no previstas). Esos escenarios se consideran, incluso se construyen, a partir de un principio, que ordena la especulación. Ese principio puede ser, por ejemplo, lograr la máxima ganancia monetaria en un cierto escenario. A diferencia de otras formas de imaginar el futuro, en las que se trata de inscribir una imagen previa (como por ejemplo, el paso de un plano de arquitectura a una casa, o la planificación económica socialista, con sus métricas), aquí no se sabe bien bien qué decisiones, qué caminos, qué resultados advendrán. Las imágenes son menos nítidas. Y cuanto menos nitidez más necesidad de especulación para realizar el principio. Además, la especulación no sólo es modo de imaginación que prospera en condiciones fluidas e inciertas, por momentos impredecibles, sino que supone un devenir sin punto de llegada. Especular es operar en medio de temporalidad.
Por eso la especulación no es lo mismo que anticipación y tiene una relación mucho menos lineal y sólida con las expectativas. Más aún: la especulación no se limita a reducir o exorcizar el riesgo sino muchas veces a inducirlo, a incrementar también la incertidumbre, que es otra cosa que riesgo, porque si éste último es meramente un peligro, la primera encierra también una oportunidad, una posibilidad.
El libro encara este asunto de un modo, a mi entender, muy potente. Por un lado, porque Vero y Luci trazan las coordenadas y dinámicas a partir de las cuales la especulación se vuelve un fenómeno, y yo diría también un gesto, de masas. Si el neoliberalismo “por arriba” es, por definición, especulativo desde sus comienzos a finales de los años setentas, el neoliberalismo “por abajo”, va puliendo, con el correr de las décadas, entre los años 90s y hoy, una práctica especulativo-financieras populares, popularizada. Esto tiene explicaciones estructurales: la precarización laboral, las crisis recurrentes que hacen del peso una moneda volátil, la caída de los ingresos salariales, el desarrollo de tecnologías financieras (fintechs) orientadas a capturar los flujos monetarios no bancarizados (o, incluso, de comenzar a conquistar la estructura bancaria “tradicional”, entendido por tradicional al primer neoliberalismo). Y cuando digo fintechs no digo sólo Ualá o MP sino también los sitios de apuestas y los videojuegos como nuevas formas de la especulación monetaria y financiera. Porque la gamification de la economía es nodal a la masificación de las finanzas.
Pero el libro trae algo más inquietante y productivo que la denuncia sociológica. Habrá que aceptar también cierto deseo social de prácticas especulativas. Es una hipótesis fuerte en el libro, que el discurso de la libertad financiera, que la liberación del individuo por medio de las finanzas, se ha convertido no sólo en la retórica de un gobierno sino en la práctica de una sociedad. Es un giro todavía más intenso hacia cálculos individuales y anticolectivos, prácticas y retóricas hipercompetitivas y rapaces. Una parte no poco importante de la victoria de Milei, que decodificó y simplificó lo que sucedía, fue plantear la idea, falsa y simple pero poderosa, incluso diría erótica, de que el Estado era lo que estaba entre vos y el dinero. Destruido el primero, sobrevendría la abundancia. Luci y Vero traen los recuerdos, que con las noticias de estos días pueden mutar a decisiones, de dinamitar el Banco central y dolarizar. La violencia política sobre cierta forma del dinero desplegada como promesa de un dinero fácil.
Una línea fascinante del libro, que Vero y Luci trabajan en las primeras partes y luego se refuerza y amplía en una de las entrevistas incluidas, es la relación entre la especulación como disposición en la futuridad -como modo de considerar posibilidades, calcular, arriesgarse, etc- y los imperativos de masculinidad. Esa relación tiene diferentes expresiones, hiperagresivas y masculinizadas, encarnadas en influencers/ apostadores/ cryptobroders/ ministros de economía.
Hay toda una épica, y una economía, del riesgo vinculada a la masculinidad. En el libro se entrelazan las condiciones monetarias que hacen posible esa épica del riesgo (mayores sueldos e ingresos, mayor posibilidad de acceder a recursos, menores gastos -por irresponsabilidad- en la reproducción colectiva de la vida) con imperativos (ganar todo lo posible, superar a otros, no mostrar temor, no mostrar piedad, “mentalidad tiburón”, y todo ese mundo de animal spirits en polinización cruzada con las fintechs). La diseminación de las discusiones sobre inclusión financiera (muy diferente a la democratización de las finanzas) o sobre la educación financiera reducida a entrenamiento especulativo financiero también dan cuenta de este cambio.
¿Qué podemos “aprovechar” de la especulación como para que valga la pena procurar rescatar algo del gesto, del ademán, de la disposición ante el futuro?
Pero el libro propone algo más que esto; algo que en cierta medida desafía las valoraciones y usos habituales ligados a la especulación, salvo en la ficción científica. En línea con autores como Ari Komporozos, Vero y Luci ensayan una reivindicación del gesto especulativo como gesto capaz de ser desplegado y aprovechado en otras constelaciones políticas. Y esto es importante, porque para mucha política, por lo general “viril” y poronguera, especular es un gesto de debilidad o el momento miserable. Básicamente porque se opone a la certeza que se espera del discurso político, que por cierto es uno de los últimos reservorios sociales de ese tipo de narrativa. Vero y Luci resaltan una y otra vez que la actualidad no sólo se define por la precarización y sus consecuencias sino también por ciertos deseos sociales, transversales a las clases, de rechazo al trabajo tradicional, al puesto fijo, a la repetición, etc. Y es importante entender esto para poder desplegar una política que no sea meramente reactiva a esos deseos, que pueda torsionarlos, que pueda incluso detectar la potencia que los habita.
El libro se pregunta ¿qué podemos “aprovechar” de la especulación como para que valga la pena procurar rescatar algo del gesto, del ademán, de la disposición ante el futuro? Quedan flotando varias posibilidades a explorar políticamente. Destaco dos: la producción de prácticas especulativas orientadas por otros principios, que aporten al bienestar social; la reconsideración de la incertidumbre como variable política productiva que vaya más allá de la voluntad de clausurarla, porque puede ser motor creativo no saber qué va a pasar.
Androfuturización
Otro aspecto clave del libro es su crítica a la contraofensiva libertaria en tanto que antifeminismo o “guerra a las mujeres”. El anarcocapitalismo no es antifeminista por cuestiones de oportunismo sino porque un flanco fundamental de su ataque está en la reproducción. La precarización social, que no es un problema para el anarcocapitalismo sino un elemento necesario en su política, requiere un fuerte disciplinamiento de las mujeres.
Al menos parte de ese disciplinamiento se organiza, expresa y orienta por imaginaciones de futuro, que son patriarcales. Por eso, en el libro, el feminismo aparece como una perspectiva que interroga el modo masculino de imaginar el futuro. Llamaría a esas imaginaciones “androfuturizaciones”, y puede tener diferentes acepciones: el varón dominador, el varon proveedor, el varón soberano. Una androfuturización no es necesariamente futurista, es decir, no apela al abandono del pasado. De hecho, el anarcocapitalismo tiene una línea más bien retroutópica, que idealiza un pasado de gobierno masculino absoluto. Pero esa androfuturización también puede tener vectores hacia lo inédito y lo nuevo1, como la conquista de Marte, vivir diez mil años, gobernarse por un sistema de I.A., reproducción sintética, transhumanismo, criptosoberanía, etc. Dinamitar el Banco Central también tiene algo de inédito, y no deberíamos subestimar el poder que tiene preguntarse cómo sería un país sin banco central.
Volver imposible lo común es quizá la futurización libertaria por excelencia.
El caso de la carrera espacial, al menos tal como la plantean las tecnocorporaciones actuales, es una buena expresión de las androfuturizaciones anarcocapitalistas, que así como se espera que existan en el Cielo van poniendo condiciones y figuraciones en la Tierra: dando por descontada la catástrofe planetaria, piensan la fuga, desconocen -cuando no atacan- cualquier política de cuidado y reducen la vida a una supervivencia para y por la extracción. Recuerdo un hermoso texto de Silvia Federici y George Caffentzis en el que sostienen que un astronauta, educado en sobrevivir, producir, reparar y ser lo más austero posible, es la figura idealizada del trabajador que sueña el capitalismo neoliberal y sus continuaciones.
Un trabajador, por cierto, sin común: otro gran sueño libertario que Vero y Luci desagregan una y otra vez en el libro. La destrucción de lo común (que va de los comedores populares a los Parques Nacionales) es el verdadero objetivo del discurso anticomunista de Milei, que se emplaza geopolíticamente con el alineamiento antiChina de EEUU, pero que apunta a algo mucho más micropolítico (y microeconómico) que a fenómenos molares. Volver imposible lo común es quizá la futurización libertaria por excelencia, el medio para todos sus fines, y el propio fin.
Los feminismos han sido eficaces en detectar los fundamentos patriarcales de las futurizaciones. Algunos, hay que decirlo, han reproducido esos fundamentos. Pero otros han buscado alterarlos. Esa alteración no quiere decir solamente reemplazar figuras masculinas o patriarcales sin alterar los aspectos estructurales de la imagen, sino componer una experiencia y una noción de tiempo y de futuro que salga también del modo masculino dominante, que ha sido fundamentalmente el proyecto y su imposición.
Posibilidades e invención política
El final del libro, un conjunto muy interesantes de entrevistas a militantes e investigadores de cuestiones diversas, revela una trama de experiencias, perspectivas y problemas que, a mi entender, responden a una pregunta política clave de la coyuntura: ¿Qué es una posibilidad emancipatoria hoy? ¿Dónde hay posibilidades? ¿Cómo generar posibilidades?
Esos textos finales no son ni ejemplos de lo que hay que hacer, ni programas. Son zonas de posibilidad política, que seguramente muten, que tengan sus problemas, que cambien. No están hay como símbolos de nada, están como parte de un mapa de inspiraciones. Y están también como nodos de algo que hay que unir. “Unir las luchas es la tarea”, afirman en varios pasajes del libro Vero y Luci. Es evidente que existen un montón de luchas dispersas, o más o menos conectadas en cierto nivel -digamos de movilización y articulación callejera- pero mucho menos aceitado en planos amplios de organización.
En uno de sus últimos libros, Daval y Dardot define la situación actual de los movimientos anticapitalistas o antineoliberales como la de un archipiélago. Necesitamos una inteligencia estratégica para ese archipiélago, que ya no está dado por lo común a todos, por la lógica del denominador común, sino por la lógica de la heterogeneidad. Una inteligencia estratégica, organizativa, que asuma el desafío -que no es sólo subjetivo, individual, sino el de una tecnología organizacional- de componer prácticas tan diferentes como el diseño industrial, las relaciones sexo-afectivas, la reproducción social y el turismo. Necesitamos, parafraseando a Rodrigo Nunes, una ecología de organizaciones. No meramente un agregado de organizaciones previas, sino un principio ecológico organizacional. Este principio consiste en reconocer la interdependencia, la coexistencia y la coevolución de los procesos de organizaciones sociopolítica. Como toda forma de vida (como toda forma viva) hacen falta entornos amables o aptos para la vida. La construcción de ese entorno es parte de la construcción organizacional y no su límite exterior. Incluso más: hay que ayudar a otras organizaciones a prosperar. Este principio reformula la noción de acumulación y alianzas; en términos poéticos quizá debemos radicalizar las metáforas biológicas y reducir las metáforas militares, salvo al momento del conflicto con el enemigo.
Las entrevistas finales, a mi entender, dan cuenta de esa voluntad política. Lo hacen como se puede hacer en un libro: construyendo registros. Conversación, investigación, multiplicidad de problemas, multiplicidad de territorios, reconocimiento de que todo saber es parcial. Introyección estratégica de saberse finito y conectado. La división política del trabajo, muchas veces recusada en los movimientos por desvíos individualistas y opacada en pos de una hipotética homogeneidad militante (que, hay que confesar, el electoralismo no hace más que agudizar) tiene que ser reemplazada por una capacidad de excitar la potencia del hacer de múltiples maneras.
Pero, atención, este no es un llamado al repliegue ni un elogio del campo habitual de la micropolítica y la política de los movimientos. De hecho, Vero y Luci proponen una definición de “organizar” que permite trazar unas diagonales más amplias. La definición, preciosa, dice: “cultivar las dinámicas por las que se aglutinan energías que reverberan en cambios en la vida cotidiana mientras simultáneamente se disputan infraestructuras públicas y comunes”. (150)
Para concluir quisiera ampliar algo de ese final: disputar infraestructuras públicas y comunes. Disputar bien puede componerse con inventar. Incluso más: lo necesita. Necesitamos inventar infraestructuras publicas y comunes, que podemos llamar Estado o como quieran. Y necesitamos que ese mismo Estado sea inventivo. Las posibilidades existen. Hay recursos, hay ideas, hay gente. Necesitamos osadía, aprovechar las grietas, abrir más espacios. Y necesitamos una polinización cruzada de saberes que muchas veces van por paralelas, cuando no directamente chocan. En este sentido, y en una conversación directa con el problema de la imaginación de futuro y la planificación vinculada a la política, necesitamos configurar una imaginación infraestructural nueva. Esto no parte de cero, hoy día existen propuestas, particularmente desde ese saber que invoca la planetariedad, la ecología. V y L sostienen que hacer política requiere tiempo y que hoy hacerse ese tiempo exige como asunto estratégico “construir desde la reproducción”. Mi pregunta es, entonces, qué clase de infraestructuras de la reproducción a gran escala somos capaces de construir.
Si la economía planificada tal como la implementó el siglo XX fracasó, si los planes capitalistas tal como existen están llevando al colapso o a la vida inviable, sin sentido, y si la micropolítica adolece de un pensamiento de la escala, de las escalas, tal vez sea necesario un pensamiento proyectivo a la altura de nuestras coyunturas, que involucre infraestructuras de decisión política, infraestructuras de energía (entre ellas, los alimentos), infraestructuras tecnológicas, infraestructuras educativas, componiendo saberes diversos (desde la ciencia pública a los conocimientos ancestrales) para el diseño de otras vidas, capaz de combinar justicia, sustentabilidad y capacidad distribuida de invención.
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1 En efecto, este es el postulado de Hayek en Por qué no soy un conservador. Aunque el propio Hayek virará sus posiciones más adelante, el elogio de la novedad que hace en ese texto implica un desafío para nosotros, la necesidad de discutir con una teorías y perspectivas capitalistas que sostienen el cambio y no la permanencia.