Imaginemos por un instante que dos millones de israelíes fuesen sometidos por un estado extranjero invasor a dos años de cerco y bombardeo incesantes. Si más de veinte mil bebes judíos hubiesen sido asesinados, otro tanto de mujeres judías masacradas, vírgenes, embarazadas, ancianas, madres, abuelas. Imaginemos multitudes hambrientas y sedientas deambulando por ciudades devastadas teniendo que dormir en los escombros, sometidas a amenazas de exterminio total. ¿No se levantaría el mundo occidental en unísono denunciando un nuevo Holocausto, un Genocidio, una barbarie sin precedentes, y utilizando todos los recursos de presión económica, mediática, militar, atómica si fuese necesario para contraponer e intentar evitar semejante Hecatombe? ¿Europa, siempre intentando expiar su culpa, y los Estados Unidos, siempre aliados incondicionales, no enviarían a la zona sus flotas navales equipadas hasta los dientes?
Me van a decir que este escenario imaginario ya sucedió con los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, y que nadie se alzó a tiempo. ¡Es verdad! Y esta mancha ensucia para siempre la historia europea y estadounidense. En la época, por lo que nos dicen, la mayoría no sabía sobre los campos. Y los pocos que sabían, desde el Papa Pío XI al presidente Roosevelt, nada hicieron. ¡Y es verdad! Pero hoy todos nosotros vemos y sabemos lo que está pasando en Gaza.
Me van a decir: ¿y la masacre del 7 de octubre? Es necesario contestar con claridad: la guerra de hoy nada tiene que ver con el 7 de octubre. Si en un primer momento el avance militar israelí podía parecer dirigido contra Hamas, de inmediato quedó claro que en realidad tenía como blanco algo mucho más amplio: toda la población de Gaza. Inviabilizando la vida en Gaza, en todos sus aspectos, el gobierno de Israel busca abortar de una vez y para siempre el sueño de una independencia palestina o de un Estado soberano. Es eso lo que está hoy en juego y que se remonta atrás en la historia de la colonización judía de Palestina.
De hecho, en el inicio del movimiento sionista dos rabinos fueron enviados a Palestina para examinar si convenía para contener un Hogar Nacional judío. Y telegrafiaron para el Congreso Sionista Mundial lo siguiente: “La novia es linda pero ya está casada con otro hombre”. Que quiere decir, que Palestina sería perfecta, pero ya pertenecía a otro pueblo. Nadie atendió a esta advertencia. Y así, el pretendiente recién legado en ningún momento renunció a su deseo inicial de poseerla completamente. Sé que la metáfora es machista, disculpen –es la novia quien debería decidir, esto es, la tierra. Pero la idea de los derechos de naturaleza todavía no habían llegado a aquellos parajes, y no iban a llegar muy pronto. Mi pregunta es simple: ¿es la negación de la existencia de ese pueblo en el inicio del emprendimiento sionista lo que desembocó, paulatinamente, en su eliminación concreta? El hecho concreto es que en cada guerra emprendida Israel expande sus fronteras, concretando un poco más su deseo de posesión desde el río hasta el mar. El discurso de Trump en el salón oval a propósito de la Rivera de Oriente Medio descubrió de una vez el deseo reprimido de la mayoría judía de Israel. Trump fue quien mejor “leyó” el inconsciente israelí.
La guerra de hoy nada tiene que ver con el 7 de octubre. Si en un primer momento el avance militar israelí podía parecer dirigido contra Hamas, de inmediato quedó claro que en realidad tenía como blanco algo mucho más amplio: toda la población de Gaza.
Tal vez la catástrofe comenzó cuando la imagen del “otro hombre” del que hablaban los dos rabinos fue borrada. Borraron la imagen del “otro hombre” y después necesitaron borrar el acto de borramiento y ahora también intentan borrar su existencia concreta. Pero lo reprimido, más que reprimido, retorna en el Real bajo el modo alucinado. De todos modos, hoy vemos en nuestras pantallas el rostro del Otro, que insiste en existir, que suplica que no lo maten. Pues el rostro del Otro, escribe Levinas, nos dice simplemente eso: No matarás. En oposición a Heidegger, Levinas sostiene: antes de la ontología viene la ética. ¡Y lleva al paroxismo este pensamiento judío que no es exclusividad de los judíos! Es una dimensión humana, una especie de fondo judío en todos. Ser judío, para Levinas, no tiene nada que ver con poseer una tierra, o un Estado, o un ejército. No es una condición étnica, sino ética.
Ahora bien, lo que menos se ve hoy en Israel es el rostro del Otro, de los palestinos. Su prensa no lo muestra, puesto que en la mentalidad israelí la única víctima es el judío. Pero el resto del mundo ve cotidianamente el rostro de los palestinos volviendo con las manos vacías de la supuesta ayuda humanitaria, y nosotros vemos a diario en sus rostros devastación y revuelta, hambre y súplica. Necesitamos hacer estallar el espejo que nos devuelve solamente nuestra imagen sufrida para poder alcanzar a quien está del otro lado del espejo. Pero lo que ocurre es lo contrario.
El Estado de Israel no recibió de la diáspora judía la tarea de exterminar, en su nombre, a la sociedad palestina y expulsarla de su tierra, mucho menos de diezmarla. Lo que está en juego hoy no es la sobrevivencia del pueblo judío, sino el del pueblo palestino.
Sí, tenemos que llorar por los hambrientos y muertos de Gaza. Las victimas ya van a superar las víctimas de Hiroshima. Los especialistas calculan que en torno al 5% de la población de Gaza fue exterminada. Si proyectáramos esta cifra a la escala de Brasil, equivaldría a ¡diez millones de personas! Esto extrapola por mucho nuestra capacidad de imaginar la magnitud de lo que está en juego.
Nosotros, judíos, no somos más las víctimas. Fuimos catapultados al papel de verdugos. Al menos en Israel, pero también más allá. ¿Y ahora? Tenemos que elaborar este tremendo acontecimiento. Lo cual va a llevar años, décadas o siglos. ¿Podremos alguna vez desertar de la figura de víctima y de la figura de verdugo, hacia alguna otra cosa? Solo entonces conseguiríamos volver a diseñar la psiquis judía, suponiendo que existiera. Quizás hoy ser judío signifique estar a la altura de esta tarea, que es ética, política, filosófica, narrativa, afectiva, existencial.
La primer cosa que tenemos que hacer es reconocer los mitos en los que estábamos envueltos. No es fácil desprenderse de la imagen que la mayoría de los judíos tenía en los años 70, cuando Israel parecía ser el país de los sobrevivientes del Holocausto y de los Kibutzim, de los pioneros que hacían florecer el desierto y un modelo de socialismo democrático. Es algo de esto lo que se ve en la película de Lanzmann ¿Por qué Israel? O en Isaac Deutscher, el biógrafo de Trotsky. Esta es la imagen que nos dio del conflicto en 1958: un hombre salta de un edificio en llamas –léase la Europa nazi – y cae sobre un transeúnte inocente – el nativo palestino. En lugar de pedir disculpas, y el palestino aceptarlas, ambos empiezan a golpearse. Es una imagen todavía demasiado ingenua y romantizada. Que fue colapsando a partir de la Guerra de los Seis Dias, de la ocupación de los territorios, de la colonización emprendida incluso por los laboristas, de la elección de Beguin y de la escalada xenofóbica, supremasista, expansionista, fundamentalista que desembocó ahora en Netanyahu. Gaza hecha luz retroactiva sobre los principios de la colonización judía y de la Nakba ininterrumpida.
¿Cómo hacer para escuchar la voz de los vencidos en lugar de imponerles la narrativa de los vencedores?
Necesitamos ser más benjaminianos que nunca y preguntar: ¿Cómo hacer para escuchar la voz de los vencidos en lugar de imponerles la narrativa de los vencedores? ¿Cómo peinar la historia de Israel y del sionismo a contrapelo? Sé que hay en Israel todavía fuerzas dignísimas, poetas, artistas, cineastas, historiadores, científicos, activistas, periodistas, personalidades públicas, habitantes de kibutzim que están contra la demonización de los palestinos, que se colocan con coraje contra el fascismo creciente, contra la militarización del cotidiano. Infelizmente, son solo una minoría, cada vez más intimidada por el establishment sionista. Hubo momentos en la historia de Israel, y antes incluso de su independencia, que este bloque de izquierda era mucho más influyente, predicando no solo la coexistencia activa con los palestinos, sino incluso la idea de un estado binacional, o una federación no estatal. Pero fueron vencidos por el proyecto etnocéntrico, por la obsesión con la soberanía exclusiva. El resultado fue la expulsión de 750 mil palestinos de sus tierras, de sus casas, de su dignidad, y de más de 300 mil durante la guerra de los Seis Días, y quien sabe cuántos más todos estos años de ocupación. Israel quiere decidir quiénes son sus habitantes y quienes serán sus vecinos. Hannah Arendt lo dijo con todas las letras después del proceso de Eichmann: nadie tiene el derecho a decidir con quien va a cohabitar en la tierra. ¿Alguna vez Israel podrá reconocer las muchas Nakbas cometidas?
La adhesión incondicional de los judíos de la diáspora a Israel y la reciproca tutela ejercida por Israel sobre ella es infame. Difícilmente un judío hoy se refiera a su condición judía sin verse asociado a la política del estado de Israel y sin ser, por consiguiente, instado a responder por ella, incluso cuando no acuerde con ella. Nosotros tenemos vergüenza de esta asociación. Llegó la hora de romperla.
Una palabra más sobre la vergüenza. Cuando relata su experiencia en Auschwitz, Primo Levi insistía en el sentimiento de vergüenza que lo acometía. Vergüenza de ser reducido al mero instinto de sobrevivencia; vergüenza de ser parte de una especie llamada “humana” que produjo aquella monstruosidad; vergüenza de haber sobrevivido –al final, sobreviven los más fuertes, duros, inteligentes, siempre a costa de los más débiles. En un libro reciente, intitulado La vergüenza es un sentimiento revolucionario Fréderic Gros dice que el desafío hoy es hacer que la vergüenza cambie de lado. ¿Como liberar de la vergüenza a quien sufrió el oprobio para hacer que la vergüenza recaiga sobre los perpretadores? Fue lo que ocurrió con el movimiento “MeToo” –la vergüenza comienza a ser corrida de la victima al violador. Que las victimas ya no tengan vergüenza de lo que sufren, que la vergüenza migre hacia los verdugos. ¿Será posible? En un futuro lejano podrá aparecer todavía un Mandela, un Desmond Tutu, de ambos lados, que consiga instaurar, entre israelíes y palestinos, una comisión de la verdad y de la reconciliación, donde no se trata de venganza, sino de reconocimiento, de restauración, de justicia, quizás de perdón.
Mi condición de judío, o de judío postjudío o de transjudío o de humano o de posthumano, me pregunto, ante Gaza: ¿Qué queda de la ética que ve en el rostro del otro el mandamiento de No matarás? ¿Qué quedó de la tradición universalista, incluso revolucionaria judía, que tanto colaboró en la constitución de la modernidad occidental?¿No es parte de cierta tradición judía conseguir habitar el punto de vista del extranjero, adoptar su perspectiva, en una especie de perspectivismo Avant la lettre? Devenir otro, oscilar de punto de vista, dejarse contaminar, migrar, ejercitar el vaivén entre puntos de vista, entre puntos de vida, hasta llegar a ver al judío con ojos de palestino, en lugar de atrincherarse en su propia identidad.
Gaza jamás será borrado de la memoria del mundo. Flotará sobre la historia de Israel –y por consiguiente de todos los judíos– como una mancha indeleble.
En cualquier caso, no consigo imaginar un resultado más horroroso, espantoso y siniestro para el experimento nacional judío que el matadero en que se transformó Gaza. Sea cual sea el desenlace de esta tragedia, este nombre –Gaza– jamás será borrado de la memoria del mundo. Flotará sobre la historia de Israel –y por consiguiente de todos los judíos– como una mancha indeleble, tal como el exterminio del Gueto de Varsovia acechará por siempre la historia alemana. ¿Cómo puede esto no revolver nuestras vísceras? ¿No quedará esta marca grabada en nosotros para siempre, tal como el asesinato de Abel en la casa de Cain?
Me pregunto si no es esto lo que está en el fondo de esta barbarie – la intención desvergonzada de que la barbarie aparezca como barbarie y haga estremecer corazones y mentes. Hacer que los palestinos, los árabes, los musulmanes, los iraníes, los yemeníes se graven en todo y para siempre quien es el dueño y señor de esta tierra –y de lo que él es capaz. En hebreo hay una expresión: baal habait hishtaguea. El señor enloqueció: frente a una amenaza o ataque, Israel reaccionó con fuerza abrumadora y de manera desproporcionada, pero a propósito, para ampliar al infinito su poder de disuasión. Es necesario mostrar que nadie jamás va a levantar la mano contra un judío o un israelí sin que la tierra toda tiemble. Es necesario demostrar a todos los palestinos y por extensión al mundo entero que todo gesto de resistencia hará que el cielo se caiga sobre la cabeza de quien ose resistirse. Es el método Gengis Khan –sacrificar una población y dejar algunos vivos para que lo cuenten al mundo. Es bíblico, es apocalíptico, es Apocalipsis Now. No esconder el terror, por el contrario exhibirlo, hacerlo resonar al máximo. Es el terror disuasivo. Es el Dios todo poderoso y vengativo, siempre en nombre de la justicia, encarnando el pueblo elegido. Él tiene la fuerza divina e infinita, y quien detiene la fuerza decide quien vivirá y quien morirá, qué es lo justo y lo injusto. ¿Quién va a detener este disparate cuando el aliado mayor es un presidente naranja que se considera Dios, o emperador del Universo?
Nosotros tenemos vergüenza. Nosotros tenemos vergüenza de que pilotos judíos hayan lanzado 150 mil toneladas de bombas sobre escuelas, hospitales y mezquitas. Nosotros tenemos vergüenza y pedimos disculpas, aun cuando no seamos culpables directos, por los millares de bebes asesinados, por los niños amputados, por la generación de huérfanos aterrorizados, por las cien mil víctimas de Gaza.
Nosotros pedimos disculpas por nuestra triste historia haber engendrado el huevo de la serpiente. Nosotros pedimos disculpas por no haberlo percibido a tiempo, no haber podido evitarlo, no habernos movilizado lo suficiente, no haber asumido que el silencio es complicidad, que la inacción es connivencia, que la soberbia étnica trae por dentro todos los crímenes.