Comentario

Una filosofía de la institución contra la impotencia

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Diego Sztulwark comparte notas para entender qué se propone Paolo Virno en su nuevo libro "Sobre la impotencia. La vida en la era de su parálisis frenética". Una serie de apuntes que propone cruzar con la película "Sorry we missed you" de Ken Loach.

Lucila Chiovoloni
Lucila Chiovoloni

00. Recaudos para una lectura. Voy a comentar un libro de Paolo Virno: Sobre la impotencia. La vida en la era de su parálisis frenética (Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2021. Traducción Emilio Sadier). Se trata de un comentario muy preliminar, puesto que el libro es denso. Breve pero concentrado. Lo hago para comenzar a pensarlo. Como se sabe, al menos con las ideas sucede que pensar es ya compartir y compartir es ya pensar. Entonces, algunas precauciones que son ya parte del comentario. Virno es autor de una obra (quiero decir, no de libros ocasionales, sino de una serie de libros que arman un trayecto coherente). No los he leído todos, pero he leído mas de una vez Gramática de la multitud, Cuando el verbo se hace carne, Recuerdos del presente y Ambivalencia de la multitud. A más de una década de no recibir noticias de su producción “teórica”, no puedo más que disfrutar el modo en que se presenta a sí mismo en este nuevo libro suyo: un “materialista melancólico reacio al arrepentimiento”. Me dice algo. Desgranemos su presentación: “Materialista” porque refiere el sentido (que es político, en última instancia) a las practicas productivas (al modo en que los cuerpos, lenguaje y cerebro incluidos, forman parte de la cooperación) y “melancólico” en el sentido benjaminiano de vivir como si la experiencia revolucionaria permaneciera presente (o por venir). Lo de “reacio al arrepentimiento” no precisa comentarios. ¿Qué se propone centralmente Virno en este nuevo trabajo? Tres fórmulas presentes en el texto comienzan a responder la cuestión: 1. Trazar el “esbozo” de un “retrato de la institución” a partir de la naturaleza del trabajo precario actual. 2. Hacerlo por medio de un esquema lógico (aún no apto para la lucha política inmediata). 3. Proporcionar, por medio de su teoría de la institución “no saturable” (es decir, abierta a la praxis) el antídoto contra la impotencia ambiente. Del modo en que reunamos estas fórmulas, del peso que les otorguemos, surgirá un camino de lectura posible. Quizá valga la pena aclarar algo sobre cada una de las fómulas virnianas que hemos escogido para comenzar: al ser presentada como un “esbozo”, la institución en la que piensa Virno es diametralmente opuesta a aquellas que en su madurez tan bien conocemos (soberanía del estado, gubernamentalidad neoliberal); el hecho que el retrato de la institución del trabajo precario comience por ser “lógico” y no inmediatamente útil para la lucha política, es una apuesta a la investigación militante: no hipostasiar el discurso de la revuelta, seguir las prácticas de cerca, imaginar desde ellas nuevos esquemas de organización comunales; la idea de que las instituciones de la cooperación social son antídoto contra la impotencia supone una larga argumentación sobre qué cosa es la impotencia contemporánea: esta reflexión está en el centro de este libro.

Para quienes no conozcan a Virno, aquí una antigua entrevista que lo presenta, hecha por el Colectivo Situaciones.

01. Sorry. Un último recaudo, quizás más arbitrario que útil y en todo caso, completamente evitable: leer este libro teniendo presente el film Sorry (o bien Lazos de familia) de Ken Loach (2019), en la que se cuenta la historia de una familia trabajadora británica con un hijo adolescente y una niña. La madre trabaja haciendo cuidados de personas mayores y enfermas para una empresa que opera en forma de red, a través del teléfono móvil, y el padre entra a trabajar a una empresa de repartición que funciona a través de una app. El trabajo de la madre proletaria supone una condición itinerante continua, siempre dispuesta a viajar de casa en casa, a cualquier hora en que suene su teléfono portátil. No guarda relación personal con nadie de la empresa ni compañerxs de trabajo. No cumple con tareas prefijadas. Su desempeño es estrictamente individual, a pesar de que el valor de su trabajo es directamente social. La actividad laboral del padre proletario consiste en repartir con una camioneta, que debe comprar en cuotas, y un aparatito electrónico que sirve para seguir la ruta de los pedidos que debe distribuir con cierto protocolo en la mayor cantidad posible y por lo tanto a la mayor velocidad posible. A diferencia de la madre proletaria, el padre proletario sí está inmerso en un mundo de pares, pero no hay comunicación posible entre ellxs. Desde el comienzo un capataz cruel le informa que en la empresa no contratan trabajadores -y por tanto no hay sindicato- sino que pactan contratos con empresarios de sí mismos puestos a competir por rutas de repartición. En ambos casos -madre/padre- se trata de trabajadorxs precarixs modernos, hiperexplotados a partir de mediaciones virtuales, ultra individuados, expuestos a recorrer la ciudad sin ninguna clase de resguardos. En ambos casos, el peso de la hipexplotación se basa en extraer tiempo de vida, despojando a los protagonistas de toda autonomía vital con relación a su mundo afectivo.

02. Impotencia. Según el orden de desarrollo del libro, lo primero es comprender “los inconvenientes de la abundancia”, presentes en la impotencia que marca -como en la familia presentada por Loach- la vida contemporánea. No se trata de una desvitalización antojadiza, sino de algo mas difícil y paradojal: de un “exceso inarticulado de potencia”. El lenguaje de Virno se torna algo técnico -todo el libro está mojonado por palabras del griego antiguo, de Aristóteles-, pero entendemos bien cuando dice que con respecto a la potencia (capacidades y competencias del animal humano, es decir, de aquel que crea realidad por medio de operaciones lingüísticas/intelectuales) nuestra situación puede definirse como “abundancia impedida”. Al respecto, una aclaración de tipo metafísica: para Virno-Aristóteles, el animal humano no “es” potencia (aquí hay un conflicto con el modo de pensar de los lectores de Spinoza/Nietzsche), sino que “tiene” potencia. La distinción (hecha por Aristóteles contra los pensadores de la escuela megárica) tiene su importancia en el argumento de Virno, puesto que este “tener” la potencia designa una relación muy particular, un tipo de posesión cuyo objeto se encuentra por definición ausente. La realidad de la potencia (facultades y competencias de las que el lenguaje es un ejemplo) jamás está dada como algo presente (pleno y visible). La capacidad de habla como tal no se actualiza nunca toda entera. Si sabemos de ella, es siempre a partir de una serie de actos específicos del habla, ejecuciones particulares como puede ser una pregunta, un comentario. Por lo que la expresión “tener”-la-potencia supone para Virno una comprensión sutil sobre la relación misma de esa “posesión”, que es posesión de aquello que sólo se da como sustraído a la presencia. Sutileza ésta que no hay que perder de vista, porque sin la percepción de la potencia como aquello que solo se “tiene” en su ausencia quedaría borrada la cuestión de los “modos” de ese “tener”, así como la esencia ambigua y vacilante de la relación que “tenemos” con “nuestras” competencias. Al animal humano que “tiene” (y no “es”) la potencia le es inherente una cierta impotencia, que procede de la naturaleza no-presentificada de la potencia. En otras palabras: no hay tránsito asegurado entre la potencia-ausente que “tenemos” y las manifestaciones espacio-temporales de esa potencia (actos). Lo cual permite hacer una serie de distinciones fundamentales en torno a la impotencia (porque no es lo mismo la impotencia como ausencia de potencia, que como modo sustraído de darse de la potencia). Cuando Virno se refiere al fenómeno de la impotencia de la época actual, alude a un tipo de patología que sólo puede darse y concebirse aceptando el carácter “extrínseco” de la relación que mantenemos con la potencia. “Impotente”, dice Virno, es quien permanece en la experiencia paroxística de la potencia pura, separada de sus actualizaciones. Impotente es la fascinación con la potencia desafectada, que puede o no dar lugar a actos (pues en tanto que pura, la potencia se presenta como capaz de actuar y de-no-actuar): el espectador envuelto en una condición hipnótica tal, pasivo, asiste a la atrofia de la experiencia misma de los usos de la potencia, a la imposibilidad de todo pasaje al acto.

03. Revuelta y resignación. Hablar, copular, recordar, son potencias cuyos actos son acciones. ¿Se da también una potencia de padecer? Si consideramos una potencia tal, una potencia del recibir, ¿cuáles serían sus actos específicos? ¿O se trataría mas bien de una pura pasividad, absoluta abstención de todo acto en la que la potencia permanecería pura, ensimismada, inexpresiva? En todo caso habría que distinguir potencia de padecer -o capacidad de recibir- de impotencia-de-padecer, que se revelaría como una incapacidad para dar forma singular a nuestra propia pasividad. Un ejemplo de lo que Virno llama capacidad de recibir podría ser la resistencia, pero entonces tendríamos que aprender a diferenciar entre una resistencia pobre e inmutable, incapaz de recibir, de una capacidad de resistencia que inevitablemente entra en contacto con aquello a que resiste, y orientando las mutaciones que el contacto le provoca. En otras palabras: la capacidad de padecer o recibir supone una específica aptitud (una serie de operaciones y técnicas) para entrar en contacto y direccionar los golpes -o propuestas- que recibimos. Si volvemos al ejemplo de la resistencia (y podríamos recordar de nuevo a los personajes del film de Loach), habría que admitir que la rigidización del que solo soporta experimenta una incapacidad de ritualizar el contacto con aquello que lo agrede (o seduce), en una suerte de aguante inflexible, inapto para aprender o decidir cómo elaborar algún tipo de relación con aquello que se le dirige. Parecería entonces que la potencia de recibir sí es capaz de actos específicos, y que para identificarlos vale la pena distinguir entre (a) “acto padecido” (aquel que algo o alguien descarga sobre nosotrxs);  (b) “potencia de padecer” (cuya fuente es nuestra indeterminada capacidad de recibir, desprovista de actos singulares) y (c) “acto de padecer” que remite a una potencia específica y determinable de sufrir, confiriendo singularidad a acto padecido y forma a la potencia de padecer. Este “acto de padecer”, que no se confunde ni con el acto recibido (acto que actualiza una potencia de golpear o proponer de aquel que se dirige a nosotrxs), ni con la potencia de recibir (entendida como potencia incapaz de acto y por tanto potencia indeterminada), es pasaje al acto de la potencia de recibir por medio de operaciones que crean un sentido para aquello que recibimos. La importancia de estas distinciones es decisiva para invertir el sentido de la narración según la cual el trabajo precario es capaz de soportar infinitamente la explotación social: si hay un despojo característico en los modos de explotación del trabajo precario es, precisamente –y podemos volver a Loach-, el de la potencia de recibir. El culto recurrente de la “flexibilidad laboral” y la “formación permanente” sólo oculta la escasez de actos de soportar disponibles, y tienden más bien a des cualificar el “aguante”. La exacerbación de la potencia indeterminada de recibir, cuando sucede en simultáneo a la desposesión correspondiente de los usos o actos de padecer -es decir, de las operaciones y técnicas del recibir- constituyen una de las fuentes fundamentales de la impotencia contemporánea. La potencia de recibir desprovista de sus actos sólo da lugar a reacciones frustrada disfrazadas de actos (simulacros del hacer). En estas condiciones la rebelión tiene por efecto la resignación, o como dice Jean Améry en un libro sobre la vejez que fascina desde hace años a Virno, conduce a la secuencia de la revuelta y a la resignación.

04. Potencia de suspensión. Recapitulando: Virno nos viene diciendo que la potencia se determina en actos y que esos actos varían según que la propia potencia, sea activa o pasiva. De modo que, junto a los actos habituales, positivos -hablar/copular- se dan también aquellos mas sutiles vinculados a una potencia de padecer, cuya actualización se da a través de una serie de actos específicos que -ya lo vimos- dan forma singular a la experiencia. Pero la cosa no termina ahí: aún falta aprender un tercer tipo de actos, que denomina “acciones negativas” y que, caracterizadas por el “no”, no se confunden, sin embargo, con la abstención de la potencia. El “no” de las acciones negativas no es la potencia retenida, incapaz de acto. Se trata, por el contrario, de acciones efectivas -llamadas “negativas” porque el acto conserva en sí un poder abstinencia- (por ejemplo: la renuncia o la omisión) y que resultan fundamentales para la articulación de la praxis. De modo que la acción que inhibe un cierto acto -acto de una cierta potencia, por ejemplo: no rechazar o bien no aceptar irreflexivamente una propuesta que se nos dirige es, a su modo, una operación que viabiliza o favorece actos de otra potencia. Se trata, por tanto, de un tipo de acto que consiste en todo en proclamar una impotencia local (local porque se restringe a inhibir un acto de una potencia, y no todo acto de toda potencia), en favor de otros tantos actos de diversas potencias. Por lo que esta clase de acciones llamadas “negativas” -renuncias, aplazamientos, omisiones- remiten a una potencia singular, que Virno identifica como “potencia de suspensión”. Se trata de una potencia cuyos actos introducen inactualidad -inactual es todo acto en suspenso- en la praxis del animal humano. Aplicada reflexivamente, es decir, a sí misma, la potencia de suspender deviene suspensión de la suspensión, y adopta la disposición de la renuncia a renunciar (negación de la negación). Llegados a este punto, resulta imposible no conectar esta reflexión lógica sobre la potencia de suspensión con la larga meditación virniana sobre la noción de soberanía política del estado. Después de todo: ¿cómo caracterizar la soberanía sino es por medio de la schmittiana capacidad de declarar la excepción que -precisamente- “suspende” el orden jurídico, para dar paso a otra potencia -represiva- que normaliza las condiciones de la vigencia restaurada de la ley? Y en el mismo sentido, si la potencia de suspensión tiene un paralelo con la soberanía del estado, ¿qué otro paralelo tendrá la “suspensión de la suspensión”, sino el “estado de excepción permanente” que Walter Benjamin atribuía a la tradición de los oprimidos? Lo hemos visto durante la pandemia: la acción negativa, en función de cuidados sanitarios, condujo a rarezas llamativas, incluso a la suspensión extraordinaria, cierto que provisoria y solo para ciertas tareas, del deber de trabajar, hasta que se consideró que ya era demasiado y se retornó al régimen acentuado de explotación. ¿Qué cosa sería, en cambio, la “suspensión de la suspensión”? Lo contrario a la presente “vuelta a la normalidad”, sostenida en la potencia de suspensión y en la dialéctica entre excepción y normalidad. La suspensión de la suspensión remite a un nuevo tipo de institución, aún inmadura pero alguna vez madura (es decir, capaz de declarar ella misma la suspensión de la potencia de suspensión), fundada en la renuncia de la renuncia sobre la que funda la precarización del trabajo.

05. Guerra civil de hábitos. Virno llama “hábitos” a la tonalidad emotiva que caracteriza a los “modos de poseer” la potencia. Dichos hábitos son una suerte de eslabón intermedio que determinan el tipo de relación que se establece entre sujeto y potencia, sea una de realización o bien de parálisis. El hábito puede ser entonces de “estado” o bien de “actividad”. Siendo el primero hábito administrativo, de posesión sin uso de la potencia, hábito que más bien localiza la relación con la potencia en un ámbito geométrico previamente delimitado (ver en la película de Loach los recorridos y las reglas laborales, dentro de las cuales se está en relación con la potencia). Y siendo el segundo, en cambio, definido por una relación abierta al uso (vínculo del animal humano con la praxis). La coexistencia de estas modalidades del hábito entraña un conflicto (Virno habla de “guerra civil”) en la vida social contemporánea. Esta distinción de hábitos que conviven enemistosamente en el funcionamiento del capitalismo actual redunda en el dominio del hábito administrativo que entumece el hábito del uso. De hecho, el trabajo precario –la producción de plusvalía mediante la explotación de la sintaxis en un call center- es producto de la meticulosa administración de la potencia -de habla -, imposible de llevar a cabo por fuera del control del acto que como tal se hace presente en todo el proceso de robotización de la producción (entumecimiento del uso). Aunque en el reverso de la trama -como decía David Viñas para cambiar violentamente de punto de vista en la lucha de clases- suceda que el hábito de uso de la potencia aparezca en fuga respecto al control en la comunicación metropolitana, sea en la lucha política, en la conversación amorosa o en el monólogo interior. Cuando Virno habla de impotencia contemporánea, estará indicando, por tanto, esta predominancia de la administración sobre el uso, que se da como “avaricia de potencia” del trabajo vuelto mercancía.

06. El peso del infinito. El hábito de la relación administrada con la potencia tiende a interpretar en el presente a la cooperación social como “materia prima” inerte, pasiva. La potencia presentada bajo la apariencia de un infinito -no parcelable, ni actualizable- se relaciona con su contracara: la crisis del hábito como uso. De modo que la impotencia actual debe ser pensada a la vez como dominio del hábito administrativo de la potencia, pero también como crisis de autonomía del trabajo vivo (incapaz de poner en acto la inteligencia colectiva). Cuando la potencia se nos aparece como pura antecedencia amorfa e infinita, capaz de independizarse del acto (y por tanto del uso) adopta la firme apariencia de lo irrealizable: la impotencia capitalista del trabajo vuelta fetiche eminente. Por eso desde el comienzo Virno nos anunciaba que la impotencia actual es potencia inarticulada. Potencia separada e incapaz de acto. A lo sumo “performance”, es decir, potencia virtuosamente expuesta, que no da lugar a actos reproducibles. La performance laboral no es más que exhibición de potencia inarticulada. La potencia inarticulada se muestra a sí misma en la performance como trabajo sin tarea y juego lingüístico sin juego. Fácil de entender cuando recordamos una vez más a la familia retratada por Loach.

07. Instituciones insaturadas. Frente a este estado de cosas, la descripción de la “institución” que propone Virno equivale menos a un diseño de alguna forma alternativa de soberanía estatal y más a una articulación de las prerrogativas de uso de la potencia para la multitud precaria. La institución es res-pública, transindividualidad en los usos que delimitan la potencia. Vale la pena reparar en “res” = “cosa”. En Virno la cosa es relación. Hay cosa -y se la debe volver pública- porque -y cuando- la potencia es descubierta no como infinito imparcelable, sino como aquello que ocurre “entre” los sujetos que componen relaciones de cooperación. La cosa es la relación: el entre, la potencia en tanto que usos, actos. Por institución, entonces, debemos entender la cosificación de la potencia, entendida como una vuelta de la relación al uso público.

Es el uso el que deviene institución, pero es la institución la que ofrece usos. El uso es la premisa y el resultado de la institución. Su presupuesto y su producto. La institución es la potencia amarrada por el uso, es cooperación y praxis captadas en su propio doble, puesto que de ella toma -la institución- técnicas y operaciones y las vuelve experimentos del común. La institución como prototipo empírico-gramatical (regularidades en los modos del hacer, modos de hacer repetible). Es doble en el sentido de doble abstracto, o abstracto real: organización de la multitud, en tanto que deviene capaz de acciones negativas (omisiones, renuncias y aplazamientos), llevando lo negativo a fondo (omitir la omisión, renunciar a la renuncia, aplazar el aplazo), reconociendo una madurez de institución en y a partir de la praxis. Leyendo a Virno tenemos la impresión de que no hay otro camino que éste para la paz.

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